11 Mar
11Mar

Habiendo visitado el Museo del Arte socialista me dirigí a recorrer el Memento del comunismo o cementerio en el cual reposan los grandes íconos del sistema político e ideológico que gobernó Bulgaria por mas de cuatro décadas. Las setenta y siete estatuas que allí reposan alguna vez estuvieron exhibidas en diferentes puntos del país (la mayoría de ellas en Sofía y Plovdiv) y representaban a los más encumbrados miembros del poder local para que los ciudadanos sintieran su presencia en cada uno de los rincones en los que llevaban a cabo su vida cotidiana.

De ese modo las esculturas formaban parte del paisaje y convivían en el mismo espacio donde el comunismo signaba la vida de todos los ciudadanos. Es por ello que, cuando el sistema eclosionó el 9 de noviembre de 1989 en Bulgaria también se llevó a cabo la demolición de muchas de esas imágenes y prohibición de seguir exhibiéndolas públicamante y confinándolas a un museo de la memoria alejado del centro de la capital y que las resignificó como parte de un pasado doloroso y del cual a más de treinta años de sucedido, los búlgaros prefieren (y eligen) no recordar.

Salgo del museo para recorrer la pasarela de la memoria y el viento helado me abrasa indolente. La humedad que dejó la lluvia aumenta la sensación de frío y el cielo encapotado le otorga al enorme jardín la sensación de que se está dentro de un fotograma de  Andrej Tarkovsky o de uno de los tantos dramas de Theo Angelópoulos. En el recinto no hay nadie. Tomo el pasillo central y camino en línea recta en dirección al coloso de Lenin que permanece inmóvil y da la sensación de haber sido enviado al fondo de la clase luego de haber cometido alguna indisciplina. 

La mano sosteniendo la solapa del gabán, los ojos achinados, el bigote fino, la mirada en línea recta y en tres cuartos de perfil lo vuelven un rebelde. Pienso en que si la historia lo hubiera hecho nacer veinte o treinta años después en vez de un líder comunista bien podría haber sido un rockstar como Elvis Presley o Jim Morrison. Me paro frente a él y evoco aquella inolvidable escena del film Good bye Lenin! en la que su busto gigantesco alojado en el centro de Berlín era removido por los aires luego de que el muro cayera y, con él, los velos de una ilusión errática que no tardó en identificarse como tragedia colectiva.

Desde ese fondo recortado por inmensos ventanales de un edificio comunista que resiste como un enfermo terminal, la figura del mentor político e ideológico de la Revolución Bolchevique  parece observar y controlar a cada uno de los personajes que se esparcen de manera informal por todo el predio del museo.

Parado sobre el mismo lugar desde el cual observo al líder advierto que lo acompaña otro personaje, casi del mismo tamaño, la misma altura (cerca de cinco metros) y la misma actitud epifánica y engrandecedora. Consciente de mi ignorancia saco el celular del bolsillo y busco en la página oficial del memento de quién se trata. Luego de varios intentos la pantalla me arroja una fotografía y un nombre: George Dimitrov. Ex mayor dirigente de trabajadores comunistas y acusado por los nazis de ser el promotor del incendio del Reichstag, luego de la Segunda Guerra volvió a su país y se convirtió en el primer presidente de la República Socialista búlgara. Es por ello que no se le podía realizar una escultura menor y sólo puede compartir, aún hoy, espacio junto al padre de la revolución que significó el acceso del comunismo en el este europeo. 

   Lenin y Dimitrescu parecen custodiar a los otros personajes del predio y se alzan como dos colosos 

La imagen del Che Guevara se supone infaltable en esta colección de la memoria y adquiere lógica cuando se pone en contexto el legado que significaron su vida y su obra. Seguramente es el único latinoamericano que tuvo su rostro inmortalizado en el centro de Sofía y ahora permanece inmóvil entre la colección de personajes que alguna vez hicieron la historia del comunismo. 

Las numerosas imágenes de mujeres dan la idea de que aquellas tenían un rol fundamental en aquel sistema por ser las dadoras del capital humano y social de la nación búlgara o bien porque trabajaban, en muchas ocasiones, casi a la par del hombre sin recibir un justo reconocimiento.

Escultura de bronce que refleja cómo las mujeres llevaban a cabo tareas agrícolas igual que el hombre

El prototipo de mujer soviética proletaria es el que define la ética y la estética de muchas representaciones femeninas que se exhiben en el predio del memento.

Dos mujeres campesinas demuestran rasgos de felicidad seguramente por trabajar incansablemente para el buen funcionamiento de la República Socialista Búlgara.

El interés y el viaje interno que significó estar frente a frente con aquellas esculturas me hicieron perder la noción del tiempo. El frío que al principio parecía insoportable comenzó a desaparacer a medida que seguía el sendero demarcado y las primeras dagas de sol comenzaban a cortar el negro cielo que nos cobijaba. Antes de irme pasé por el gift shop (parece mentira que en un museo y memento del comunismo haya un espacio que se denomine con un obsceno "Gift Shop" pero la globalización y los tiempos modernos son así) y observé las decenas de remeras (la mayoría de ellas con las caras de Lenin, Engels, Marx. Stalin, Dimitrov y algunas, pocas, con la de Gorbachov) y souvenires (tazas, lápices, anotadores, fundas para celulares, bolsos y libros, pocos, con la estrella comunista o el martillo y la hoz como memorabilias infaltables para demostrar el paso por aquel refugio de la historia reciente)

Abandoné el lugar -no sin traerme una interesante colección de objetos- y caminé en dirección hacia la salida en la que había un busto de un personaje que jamás logré identificar. Levanté la vista y descubrí una hermosa estrella roja exhibida y enclavada en un caño de hierro blanco. Mientras la observaba detenidamente el guía del museo que me había acompañado casi toda la tarde salió de un bar ubicado al lado y se me acercó con la intención de decirme algo. Como pudo, mitad en inglés y mitad en español me dijo que esperaba que la visita me haya dejado un buen recuerdo. Le dije que si y aproveché para agradecerle su buena voluntad y predisposición para enseñarme las obras. 

Sin decir palabra levantó la vista hacia la delicada  estrella roja y la señaló como avisando que se iba a referir a ella. "Durante años se nos dijo que esa estrella -que estaba puesta en un enorme pino de hierro- era de rubíes. Cuando cayó el comunismo y derribamos todas las estatuas hicimos lo mismo con ella. Pero para nuestra sorpresa... descubrimos que no era de rubíes, sino que era de plástico" exclamó, provocandome silencio e indignación por partes iguales.

El hombre me agradeció la visita y me dió un fuerte apretón de manos. Enrolló varias veces algo que levaba en una bolsa y se perdió en perspectiva al museo con todas las esculturas de fondo que parecían escoltarlo. Caminé unos pasos más y me encontré en la avenida repleta de rascacielos y autos último modelo que competían para ver cuál de todos levantaba mayor velocidad en menos tiempo. Miré hacia atrás y volvi la vista por última vez hacia la estrella púrpura y dorada. La voz del guía diciendo "No era de rubíes sino que era de plástico..." resonaba en mi cabeza como un mantra. 

Me quedé callado unos minutos y llegué a una conclusión sobre lo que había escuchado. Ninguna frase podía oficiar mejor de metáfora para lo que había sido el comunismo y más aún para ilustrar de manera inequívoca, lo que había resultado aquella experiencia, en particular, para los búlgaros. La pregunta de ¿Cuánto de  ilusión alimentaron las propuestas políticas que signaron el siglo XX? comenzó a rondarme en la mente. Y durante la media hora que duró el viaje en metro hasta el centro de Sofía repasé cada una de las propuestas políticas y económicas que aquel indefinible siglo XX habían ofrecido en diferentes partes del globo. 

En todas aparecía, de manera inevitable, la ilusión como elemento amalgamador. Ilusión de una vida mejor, ilusión de consolidar naciones grandes y fuertes, ilusión de alcanzar un hombre superior, ilusión de vivir en paz, ilusión de que el ser querido que fue a cualquiera de las dos grandes guerras volviera sano y salvo, ilusión de sobrevivir al campo de concentración o la ilusión de que todo tiempo futuro, por malo que sea, debería ser mejor.

El museo y el memento  me invitaron a reflexionar acerca de cuánto de ilusión habían tenido los pueblos comunistas que soñaban con la caída del muro y cual será, hoy, la ilusión que les alimenta las ganas de seguir viviendo el día a día. ¿Cuánto de ilusión hubo en aquel comunismo excelentemente guionado y cuánto hay de ella en las actuales sociedades capitalistas? Quizás la historia se resuma a eso, a una búsqueda eterna de una ilusión que permita seguir andando sin necesidad de arribar, algún día, a un destino cierto. 

Memento del Comunismo Búlgaro

Museo del Arte Socialista Bulgaro


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