04 Mar
04Mar

Cuando se tiene en cuenta que la mayoría de los países de Europa del este atravesaron la experiencia del comunismo, al visitarlos, es inevitable no rastrear en ellos los vestigios que aquel dejó como marca imborrable. El hecho de buscarlos, identificarlos y someterlos a debate no sólo brinda la posibilidad de adquirir conocimiento histórico o político, sino que, además, permite entender la esencia misma de las realidades actuales que atraviesan esos países, definiendo sus identidades y tratando de explicar hacia dónde van como sociedades modernas. 

Si bien desde la caída del Muro de Berlín en 1989 ya pasaron treinta y cinco años, el pasado impreso en las ciudades y en las cabezas de los ciudadanos que lo vivieron en carne propia aún resuenan y se ponen a diario frente a ellos para recordarles quienes son, de donde vienen y hacia dónde van (o al menos hacia dónde no deberían volver). 

El pasado reciente definió y moldeó esas sociedades arrojadas a las mieles del capitalismo unificado (aunque ya nadie duda de que las mieles, en realidad, nunca existieron y que, muy por el contrario, escondían hieles) y les rompió la ilusión cuando cayeron los velos que ocultaban la frialdad del individualismo, las falsas libertades, las promesas de progreso indefinido y la fórmula de la felicidad cotizada en moneda europea local. 

Desde ese momento los países de Europa del este, a diferencia de los que forman el bloque occidental, debieron reconfigurarse y hacerse cargo de que aquel mundo ideal con el que soñaban al otro lado del muro nunca existió y sólo se trataba de una gran mentira que sirvió para encantarlos con cantos de sirena y homogeneizar, así, un gran orden mundial que, desde hace tres décadas, demostró que sólo puede asegurar exclusión, desigualdad, explotación e individualismo extremo. 

En este artículo les compartiré algunas imágenes con los íconos que el comunismo legó a la capital búlgara y de cómo los ciudadanos debieron aprendieron a convivir con ellos y aceptarlos como una parte inevitable de su pasado y su memoria. Pero antes déjenme compartirles un breve repaso histórico para que puedan contextualizar las imágenes y dimensionar, la importancia que aquellas tienen y porqué son vitales para desentrañar la identidad del "Ser búlgaro" actual. 

DE CÓMO EL COMUNISMO SE IMPUSO EN BULGARIA 

Mientras duró la Segunda Guerra Mundial Bulgaria fue uno de los países que más sufrió los embates de las alianzas y los bombardeos en su propio territorio. Obligados a apoyar al nazismo (y con el Zar Boris III decidido a no entregar la población judeo-búlgara a los nazis salvando, con ello, la vida de 50.000 personas) los alemanes obligaron a Bulgaria a declararle la guerra abiertamente a Inglaterra y a Estados Unidos metiéndolos de lleno en la contienda.

Tres años después, en 1944, sufrieron la invasión rusa en la ciudad de Sofía, quedando bajo la órbita del comunismo, ya implementado en Rusia y con un Stalin poderoso e instituido como el gran líder del bloque socialista que supo ser. A partir de ese momento, los búlgaros iniciaron un proceso de colectivización agraria y una notable modernización de la economía. Durante casi cuarenta y cinco años se movieron dentro del concierto que implicaba el bloque de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) y estuvieron bajo el gobierno de varios jefes de estado los cuales eran elegidos desde el Soviet moscovita yque representaban los intereses del partido central. 

Cuando a mediados de los años ochenta Gorbachov planteó la Perestroika (Programa de apertura económica al capitalismo y posible alternativa de salida de la Guerra Fría) Bulgaria se transformó en una ficha más del dominó geopolítico que eclosionó la noche del 9 de noviembre de 1989 cuando definitivamente los alemanes destruyeron el Muro de Berlín poniendo fin a más de veintiocho años de división bipolar. 

Desde entonces, Bulgaria logró ordenarse como un país con una política y una economía controlada, pasó a integrar la OTAN y en 2007,finalmente, ingresó en esa entelequia elitista llamada Comunidad europea. 

UN FANTASMA QUE RECORRE CADA RINCÓN DE SOFIA

Sea cual fuere el punto elegido para comenzar a recorrer la ciudad, el viajero tiene la sensación de que el pasado comunista lo acompañará de un modo ineludible con cada paso que de. En mi caso el primer acercamiento lo tuve en la Plaza Nezavisimost, rodeada de enormes edificios públicos creados en los tiempos de mayor plenitud del régimen y en los que trabajaban miles de empleados administrativos sosteniendo la burocracia que caracterizó al régimen socialista propuesto y controlado desde Moscú.  

La mayoría de esos edificios, luego del proceso de la Guerra Fría, se reconvirtieron en otras dependencias públicas y, en algunos casos, fueron designados espacios para el desarrollo y el fomento de la cultura nacional. Si bien el actual estado búlgaro no cuenta con la cantidad de empleados públicos que requería la "Nomenklatura" de aquellos años en muchos de esos espacios ubicaron oficinas destinadas a secretarías gubernamentales o como sede física de algunas de las instituciones democráticas (tales como asesorías del Senado o bibliotecas y archivos oficiales) 

                                 Edficios gubernamentales cerca de la Mezquita Banya Bashi

En la misma Plaza Nezavisimost se encuentra el edificio de corte soviético que supo ser sede del Partido Comunista Búlgaro desde su fundación en 1945 hasta su caída en 1989. Hacia un lado y otro del edificio central se encuentran otros dos que funcionan como dependencias de aquel. En cada uno de ellos - durante los años del régimen- funcionaron la mayor parte de los ministerios que integraban la República Socialista. 

                                  Viejo edificio de ministerios cerca de la Plaza Nezavisimost

El otro elemento que abunda en la ciudad y que remite indefectiblemente a los 44 años de pasado comunista son las esculturas ubicadas en diferentes puntos del mapa. Como en todo estado comunista las estatuas y otras manifestaciones artísticas cumplieron un rol propagandístico que les sirvió a los líderes del partido mantener, en la mentalidad de la población, un compromiso ideológico y sostenido con la causa. Muchas de ellas sobrevivieron al avance de la globalización y otras, de dimensiones mucho más grandes, fueron trasladadas al Memento del Comunismo (o Cementerio de esculturas) ubicado en las afueras de la Ciudad. 

En la zona cercana a la Catedral de Alexander Nevski se encuentra la mayor concentración de esculturas, además de una decena de pequeñas iglesias y memoriales comunistas. Ubicadas en su mayoría a lo largo de la Calle Oborishte configuran un memento a pequeña escala (si se lo compara con el del Museo del Arte Socialista) que permiten al viajero estar frente a frente a piezas de un gran valor artístico y recargado de significación histórica. 

                                                            Monumento al trabajador comunista

Escultura de un antiguo Travant (autos pequeños fabricados en la Berlín oriental y diseminados por todos los países socialistas soviéticos) con el busto de uno de los líderes socialistas. La escultura llama la atención por estar hecha sobre la base de ladrillo fundido (aparentemente las elegían por el bajo costo que implicaban) lo cual resulta poco común en otras ciudades europeas.

Esculturas de piedra y ladrillo fundido abundan en la zona cercana a la Iglesia de Santa Sofía o del Monumento al Soldado desconocido. En la imagen puede observarse la presencia de grupos de ultraderecha que, según la tendencia mundial, encontraron en Bulgaria un espacio propicio para captar adeptos. 

El Museo de Historia Regional de Sofía (ubicado frente a la Mezquita Banya Bashi) cuenta con dos salas dedicadas al pasado comunista. En una de ellas se exhiben diferentes muestras propagandísticas (afiches, libros, panfletos, revistas, diarios y hasta indumentaria) y en la otra una serie de objetos que dan cuenta de las oscuras redes de tráfico y contrabando que existía por entonces y que les permitía, sobre todo a la población más joven, poder acceder a objetos tales como discos, jeans, cigarrillos, radiograbadores u objetos que sólo se fabricaban en el mundo occidental y que, para ellos, representaban la posibilidad de acceder a un mundo prohibido.

      Objetos ingresados mediante contrabando y capturados por la Policia de seguridad del soviet

Más allá de las esculturas y las enormes construcciones de estilo soviético, la ciudad ofrece un viaje al comunismo a través de una decena de fastuosos edificios del siglo XIX (la mayoría de ellos de estilo francés) en los que habitaban muchos de los altos funcionarios del PCB (Partido Comunista Búlgaro) con algunos lujos y un confort que contrastaba con el modo de vida que tenían los ciudadanos comunes. 

La antigua estación de trenes de Sofia (muy similar al Museo de Historia Regional) atesora una de las fachadas del SXIX mejor conservadas de la ciudad. Restaurada y con un importante presupuesto destinado a la conservación y mantenimiento, la estación se alza como una de las gemas arquitectónicas más promocionadas por la secretaria de tusismo ya que en su interior cuenta con una red ferroviaria más que interesante y que comunica a Sofía con más de 100 destinos de todo el continente europeo.  

Pese al avance de la tecnología y la llegada de la telefonía celular, en el centro de la ciudad aún pueden verse algunas cabinas telefónicas de los años ochenta. Vandalizadas en su gran mayoría y en un estado lamentable estas cabinas resisten el paso del tiempo y evocan los tiempos en los que hablar desde cualquiera de ellas podía implicar ser detenido u observado, ya que ,como en todo país de dependencia soviética, los servicios de inteligencia los utilizaban para obtener información y ejercer control sobre la sociedad. 


A menos de un kilómetro del centro financiero y administrativo de la ciudad se encuentran una serie de edificios sencillos, de pocos pisos en los que se asentaban por entonces las familias de trabajadores que no formaban parte de la administración pública (quienes claramente tenían acceso a mejores condiciones de vivienda) En la actualidad esos edificios permanecen en las mismas condiciones y todavía albergan a muchos de los habitantes que vivieron allí hace más de treinta años. 

                     Viejo edificio comunista hoy reformado y transformado en escuela primaria

Luego de haber recorrido la ciudad y descubierto muchos de los espacios y muestras de arte de las que hablé en el presente artículo, llegué a la Mezquita Banya Bashi (la cual funciona como una especie de referencia inconfundible ya que, no sólo se la puede ver desde cualquier parte de la ciudad sino que, además, congrega en torno a sí algunos de los sitios de interés más importantes). Cansado y un poco agobiado por el frío y la nieve que me habían acompañado durante todo el día, me compré un café y me quedé sentado en uno de los bancos de la plaza intentando reponer energías para continuar hasta el hotel.

A los pocos minutos de estar sentado allí levanté la vista y me encontré con la imagen de un edificio en el cual, de un modo genial, algún grafitero había decidido inmortalizar una publicidad de los famosos chupetines Chupa-Chups. Mientras observaba los colores y las texturas que la descascarada pintura le daban al mural arribó una una chica muy joven acompañada por un grupo de aproximadamente diez personas, hablando un español que intentaba tapar las musicalidad del búlgaro aunque por suerte no lo logró. El evidente esfuerzo que hacía por pronunciar de la mejor manera el español me conmovió y me invitó a pensar en cuán difícil sería intentar -balbucear al menos- el búlgaro. 

Los acompañantes fueron aminorando la marcha hasta quedar inmóviles frente a ella y, en cuestión de segundos, la joven comenzó a acontar la historia de cómo se había pintado el mural que, al parecer, se había convertido en un icono de los nuevos tiempos al ser elegido como locación para varias películas y también videoclips que rotaban en MTV Europa y otras tantas cadenas musicales que abundan en esa franja extraña de países a medio camino entre Oriente y Occidente.

- Este mural es un símbolo para las nuevas generaciones- exclamó la muchacha de aspecto desaliñado, envuelta en una campera verde militar y con una cuarta parte de la cara tapada por un enorme echarpe de colores, mientras de su boca brotaba una humareda que dejaba expuesta la baja considerable de temperatura que sobrevino tras la baja del sol. 

- Durante años el chupetín no se conseguía en la Bulgaria comunista. Todos soñaban con probarlos tal como sucedía con los cigarrillos Marlboro o con los jeans Levi´s. Y hoy, por suerte... sin comunismo... los podemos disfrutar sin problemas. Son parte de nuestra vida...

Después de oir semejante declaración de capitalismo me quedé pensando en lo que la joven había dicho. Una marca de chupetines se alzaba como el nuevo ícóno de la modernidad barriendo un pasado que les había costado sangre, sudor y lágrimas y que hoy, a cambio de unos gramos de azúcar cristalizada, se les moldeaba la memoria y se volvían parte de un mundo globalizado. Mientras reflexionaba sobre lo que acababa de escuchar, otra chica de acento argentino que estaba del brazo de otra -que a la vez hablaba con acento español- le comentó que ellas también eran fanáticas del chupetín y que les gustaría ver en su ciudad un mural como el que nos regalaba el derroído edificio al lado de la estación de trenes. 

- Si, claro... por eso para nosotros Chupa-Chups es TODO...

Con esa frase la joven concluyó el tour e invitó a los contertulios a que colaboraran con lo que su voluntad creyera justo. Todos metieron la mano en una bolsa de supermercado que la joven llevaba colgada del brazo y - luego de depositar billetes de moneda local- se saludaron con dos besos, tal como mandan las reglas de la Europa occidental, bien educada, capitalista y civilizada. Luego poco a poco se fueron marchando y cuando la joven quedó sola guardó la bolsa en su mochila y se quedó revisando por unos minutos su celular.

Cuando ya había terminado mi café vi que la chica cruzó la avenida y, como si se tratara de una película de Europa Europa, caminó bajo el cartel del objeto de culto para perderse en el nebuloso atardecer azulado que bien parecía una de las noches transfiguradas de Van Gogh. Volví a mirar el mural y me quedé pensando en cuánto influyen la política y la economía -no sólo en la gran historia- sino en cada una de las historias personales. 

Cuantas historias como esas se esconderían en la decena de esculturas y edificios que acumulé en la retina durante todo el día y cuantas de ellas, quizás, nunca alcancen un interlocutor que las rescate del olvido. El capitalismo tiene esas cosas. Deifica objetos y les hace creer a los seres humanos que si acceden a ellos se abrirán las puertas de un paraíso ficticio que, como recompensa, les regalará la sensación de "pertenecer" y no ser nunca más un marginado doliente al otro lado del muro. 

La chica de la campera verde militar y el cartel ajado que ponía "Sofia Free Tours" desapareció sin pena ni gloria en medio de la multitud. Dos mujeres musulmanas pasaron delante mío con un carrito de bebé y comiendo un enorme panqueque que rebalsaba de frutos rojos. Tras ellas, un cartel de neones fucsia y violeta parpadeaba sin cesar y en cada parpadeo dejaban reconstruir la frase "Sofia´s Dreams". Enfoqué con mi mirada al interior del edificio y vi que se trataba de una sala de juego de esas que en nuestro pais llamamos bingo o casino en España.

Al parecer, desde la caída del muro de Berlín el sueño posmoderno del hombre búlgaro no reside en posibilidades de desarrollo, bienestar o en miras de futuro. Por lo visto, es mas sencillo. Habría que buscarlo en bolitas dulces con sorpresa, en cajetillas de cigarros americanos o en algún golpe de suerte que -tras tirar de la manivela del Jack Spot- hiciera coincidir la imagen de los tres cerditos, las tres palmeras de Malibú o las tres caras del Tío Sam según el destino haya elegido para cada jugador.    

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.