09 Mar
09Mar

Cuando vi en las guías oficiales que en Sofía había un museo específico para conocer los secretos del Comunismo búlgaro identifiqué esa información con algunos de los museos del mismo estilo que había podido visitar en diferentes países de Europa del Este. Al llegar a las instalaciones en las que se encuentra el museo (luego de atravesar varias estaciones de metro y aparecer en una zona bastante alejada del casco histórico de la ciudad) me encontré con una sorpresa que tardé un tiempo en procesar. 

En primer lugar no sólo la zona parecía salida de un cuento futurista (con edificios de más de 40 pisos y diseñados bajo estrictos cánones de vanguardismo moderno) sino que para ingresar en el recinto me explicaron que tenía que atravesar un enorme patio que dejaba ver al fondo un cementerio de esculturas con íconos comunistas. Una vez recorrido ese espacio y habiendo llegado a la boletería descubrí que el Museo no se llamaba Museo del Comunismo Búlgaro - como yo imaginaba- sino que se autodenominaba "Museo del Arte Socialista".

Una vez leído el cartel en lengua cirílica y luego en inglés, no pude menos que pensar en cuan traumática habría resultado la experiencia de los años tras la cortina de hierro para que hoy, a más de treinta años de terminado el mundo bipolar hayan reducido los cientos de objetos que allí se exhiben, sólo a la categoría de obras de arte quitándoles el peso político e histórico que portan para cada uno de aquellos que vivieron y desarrollaron sus vidas bajo aquel régimen.

En la boletería me atiende una señora de unos sesenta años, con pelo anaranjado y unos anteojos estrambóticos de color violeta del mismo estilo que los que usaba Victoria Ocampo y que le imprimieron la identidad inconfundible de intelectual oligarca. A la vez que me brindaba información en inglés le contestaba a su compañera -otra sexagenaria de cabello corto, blanco y con una pulcritud que rozaba lo patológico- acerca de unos billetes que deberían haber llegado por la mañana y que, al parecer, nunca nadie se dignó a traer. 

Me extiende el billete escrito en ambos idiomas y me aconseja iniciar la visita por el interior del museo observando la colección de pinturas "del arte socialista". Una vez finalizada, me dijo, salga al enorme patio del museo y observe el  "Memento", nombre con el que llaman al "cementerio" donde se alojan casi setenta esculturas gigantes de bronce con los personajes más importantes del comunismo ruso y búlgaro.

LA HISTORIA DEL COMUNISMO BÚLGARO PLASMADA EN COLORES SOCIALISTAS

El museo es pequeño, todo blanco en su interior y construído con materiales modernos que invitan a pensar que la experiencia de mostrar la historia reciente tiene pocos años. Son las tres de la tarde, afuera hace un frío infernal y el cielo se cerró completamente anunciando una tormenta de esas que no dejan nada en pie y mucho menos, seco. Comienzo a desplazarme por la sala y me encuentro con una serie de objetos que en la mayoría de los casos no tienen traducción en inglés lo cual dificulta la comprensión. Pienso en qué suerte la mía de visitar varios museos de este estilo y que el legado que el comunismo dejó en cada uno de los países en los que se impuso legó una memoria más o menos homogénea posible de ser contada en diferentes lenguas o apelando al lenguaje universal. 

La colección no abunda en objetos y la mayoría de las piezas exhibidas son pinturas. Se me acerca un guía improvisado (un señor con pinta de profesor de Historia o amante aficionado de ella) y en un inglés esforzado pero que esconde una gran predisposición para hacer de mi visita un momento inolvidable, me cuenta que la mayoría de las pinturas exhibidas fueron realizadas entre 1945 y 1989 y que en cada una de ellas se puede ver desde la adhesión absoluta al régimen hasta -en menor cantidad- hasta algunas otras que demuestran la resistencia que algunos grupos llevaron a cabo para evadir los controles y excesos del sistema de seguridad búlgaro de aquellos años. 

Lo escucho con atención y, a partir de ese dato fundamental que me acaba de brindar, comienzo a observar algunas de las imágenes que reposan en los lienzos. Nuevamente pienso en cuán grandioso es el arte que, a través de una imagen, una música o una escultura pueden trascender las barreras de las lenguas y llegar al espectador por reflejar situaciones que atañen a todos los seres humanos independientemente del lugar de origen, la lengua o la religión que profese.

Algunas de las imágenes no necesitan explicación. Lo que exponen de manera clara dejan en evidencia que los años en los que Bulgaria fue comunista dividió las aguas logrando que una gran parte de la población creyera firmemente en que ser una república socialista los protegía del monstruo capitalista y quienes no pensaban así, la tuvieron difícil.

A continuación les comparto una serie de las piezas que se exhiben en el museo. Omitiré colocar el nombre de la obra y el autor para que ustedes puedan analizar, como lo hice yo, si se trata de personajes y situaciones que reflejan la  adhesión al comunismo o bien el padecimiento de aquellos que se posicionaron como opositores, debiendo sufrir las consecuencias que dicha transgresión implicaba por entonces. Les pido que se tomen unos minutos y les dediquen un tiempo de observación prudencial a cada una. Les aseguro que la imaginación comenzará a buscar respuestas y podrán identificar el espítritu con el que fueron pintadas cada una de ellas, sin necesidad de tener referencias que guíen la experiencia (En este caso, créanme, no vale la pena y creo que sí aporta al juego)









Cuando termino el recorrido de las pinturas el guía que me había recibido de manera amable me invita a pasar a un pequeño cuarto en el que parpadean unas luces de manera intermitente y se escucha una voz salida de gramófono de fondo. La sala es pequeña y cuenta con unas pocas sillas. Me siento y comienzo a ver una sucesión de imágenes que muestran un relato de cómo el comunismo llegó a ser la alternativa de posguerra en un mundo que había parecido explotar a manos de un loco de bigote escurridizo y mirada perturbada que puso en jaque lo más preciado de la condición humana . Las escenas tienen una profunda belleza fílmica y estética y denotan un gran trabajo de restauración llevado a cabo antes de ser exhibidas. 

Así pasan frente a mis ojos una seguidilla de líderes comunistas que dicen sus discursos con vehemencia, rostros de hombres, mujeres, niños y ancianos que los observan desde una admiración irracional, desfiles kilométricos en los que el júbilo y la algarabía parecían genuinos, máquinas de vapor y chimeneas que arrojan incesantes flamas de humo en clara señal de que en aquellos años "se producía" y una serie de fotografías que desempolvaban líderes, personajes, intelectuales, políticos y otros que hicieron de la experiencia comunista un modo de vida y pensamiento que se extendió durante más de cuatro décadas. 

Abandono la pequeña sala con las imágenes acomodándose en mi cabeza. El hombre que ofició de guía al verme deja de leer el diario, lo dobla y se me acerca invitándome a pasar al memento, la mayor necrópolis simbólico-ideológica que les dejaron aquellos años y que el quiere que la conozca cuanto antes escondiendo un halo de orgullo y satisfacción. Salgo dubitativo al enorme jardín esperando quedar bajo el aguacero pero el cielo mágicamente parece comenzar a abrirse. Camino por un sendero de paneles de cemento y, al llegar al centro del parque, veo al fondo la figura de Lenin, enorme, soberbia, que mira de perfil hacia un costado -como en un fuera de campo cinematográfico- o quizás viendo como se esfumó todo aquello que alguna vez soñó en su Rusia natal y fracasó de manera inexorable. 

Pero esa historia, créanme... merece un artículo aparte.  

Museo de Arte Socialista de Sofía

Dirección: "Lachezar Stanchev" 7, 1756 Sofia, Bulgaria

Horario: Martes a sábados de 10 a 18:00 hs

Precio: 6 BGN

Sitio Web Museo de Arte Socialista Búlgaro

Facebook Museo 

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.