Manuel Mujica Láinez fue uno de los hombres más importantes que haya dado la literatura argentina en el siglo veinte. Eximio escritor y destacado periodista, a lo largo de su carrera escribió varios registros literarios (cuentos, novelas, folletines) y también el de la crónica periodística, al cual no sólo le aportó una buena cantidad de escritos que testimoniaban su paso por diferentes geografías, sino que, además, legaron a los futuros cultores del género una sólida influencia, la cual les sirvió de base teórica y verdadera fuente de inspiración.
Autor de clásicos como Misteriosa Buenos Aires (que contiene “El hombrecito del azulejo” uno de sus cuentos más populares), Bomarzo, Un escritor en el Museo del Prado, La casa, Aquí vivieron, Cecil, El escarabajo, El laberinto, El Unicornio y la compleja novela Bomarzo (traspolada al género operístico y transformada en un verdadero clásico en el mundo de la lírica) sólo publicó una pieza que compilaba algunos de sus artículos periodísticos sobre impresiones de viaje bajo el título de Placeres y fatigas de los viajes (1983) donde expone las luces y sombras del oficio de viajero.
Es por ello que, teniendo en cuenta aquella deuda con el Mujica Láinez menos conocido o publicitado del mundo de las letras, el sello FCE-Fondo de Cultura Económica decidió recopilar las crónicas de viaje e incorporarlas en la Colección Tierra Firme: Serie Viajeras/Viajeros (la cual se compone de otros volúmenes que recopilan textos de otros personajes de la literatura argentina como Victoria Ocampo, Sara Gallardo, Alfonsina Storni y Lucio V. Mansilla, quienes también en contraron en el formato de la crónica periodística una buena forma de plasmas sus experiencias de viaje)
Con el prólogo a cargo de Alejandra Laera (quien además seleccionó los textos que formarían parte de la antología) el libro ofrece al lector una reseña bio-bibliográfica de Mujica Laínez y lo ubica temporo-espacialmente para que comprenda la importancia histórica de muchas de las crónicas que componen la pieza. Así es como dividido en dos partes (la primera bajo el título El cronista en tiempos turbulentos 1935-1955 y la segunda El viajero en tierras inmemoriales 1955-1977) la pluma de Mujica Láinez deja al descubierto buena parte de los acontecimientos posteriores a la aparición del nazismo en Europa y otros que signaron de manera ineludible la segunda mitad del siglo veinte en Oriente y Occidente.
Así es como a través de una prosa sencilla pero barroca en cuanto a descripciones que vivifican cada uno de los relatos, Mujica Laínez muta de identidad como de fronteras sembrando en el lector la duda de si está leyendo el registro de un escritor que viaja o el de un viajero que escribe (o como dice Laera en el prólogo “la noción de viaje como espacio del deseo y a la vez como zona de ensueño”) De esa forma y en orden cronológico suceden los relatos de Berlín, París, Roma, Londres, Madrid, Córdoba, Estambul, Chipre, Alemania, Países Bajos, Bolivia, Perú, China y Corea a través de personajes históricos, situaciones, museos, anécdotas, religiones y costumbres que definen y describen a la perfección cada uno de esos sitios.
He aquí un fragmento:
“Visión del Antiguo Oriente en Constantinopla
Estambul, 7 de julio de 1960
De repente aquellas mágicas palabras de la adolescencia que parecían cubiertas de encendidos diamantes- Bizancio, Constantinopla, Estambul, mezquita, gran bazar, serrallo, Bósforo, Cuerno de Oro- han dejado caer sus vestiduras irreales y se han transformado en escenas vivas que palpitan alrededor del viajero. Estoy en Estambul, en Estambul, En Estambul (tengo que repetir la palabra para convencerme de ello) He visto el Bósforo nocturno , a lo largo del cual se alinean los palacios de las embajadas enormes, sobrevivientes de la época en que cada una de ellas representaba una verdadera concesión imperial: he visto el Cuerno de Oro, estremecido de buques y de barcas, he visto las mezquitas fabulosas, he visto la Santa Sofía, la Mezquita Azul del Sultán Ahmet, la de Solimán el Magnífico; he descendido a la subterránea cisterna de Constantino y Justiniano, que hunde en la penumbra acuática un bosque simétrico de columnas sin fin; he andado por el Hipódromo, que decoran la serpiente de bronce traída de Delfos y el obelisco egipcio de Teodosio ; me he internado en los laberintos del bazar techado, ciudad dentro de la ciudad, rumorosa de lenguas múltiples (hasta se oye, aquí y allá, un español arcaico, de judíos sefardíes, que ofrece tapices, narguiles y babuchas); he trepado por las escaleras peligrosas del castillo medieval de Rumeli, entre jardines, y en el Museo Arqueológico me he detenido delante del sepulcro impresionante de Alejandro Magno, ornado con relieves de sus batallas y de sus cacerías (…)
(…) El andariego desearía poseer mil ojos, como Argos, para mirar y que nada se le perdiera. Y desde las murallas de los emperadores de Bizancio , los Commenos, los Paleólogos o los Cantazuzenos hasta los bares donde se cantan canciones estridentes en Pera, cerca del Puente de Gálata; y a las playas del Mar Negro, y a los mercados donde se exhibe la laca china de las langostas, y a los sitios donde hombres semidormidos aguardan, bajo una enredadera o una viña, ante una polvorienta máquina de escribir, que alguien se acerque a dictarles una carta, y al barquito donde un marinero barbudo muestra, por unas monedas, sus amaestradas focas combatientes, y a los museos donde reposa, en su extática grandiosidad, la gloria de Grecia, de Roma, de las Cruzadas, de los triunfos mahometanos, el andariego va cosechando imágenes, aprendiendo prodigios, soñando que él es, en cierto modo, como los visires de los cuentos, incógnitos y hurgadores, que recorrían embozados los bazares y a quienes Estambul entregaba, como flores misteriosas, sus secretos”.
El arte de viajar (Antología de crónicas periodísticas) es una obra que porta un doble valor: el periodístico y el literario, a la vez que funciona, sin proponérselo, como una pequeña enciclopedia en la cual el lector podrá adquirir conocimientos de geografía, historia, arte, cultura o antropología, todos escurridos subrepticiamente bajo la particular mirada y la pluma de un Manucho auténtico, la cual deja en claro que el autor supo disfrutar de los viajes reales del mismo modo que lo hacía con los universos de fantasía surgidos de su inefable imaginación.
MANUEL MUJICA LÁINEZ: El arte de viajar (Antología de Crónicas Periodísticas)
Selección y Prólogo: Alejandra Laera
Tierra Firme: Serie Viajeros/Viajeras
FCE Fondo de Cultura Económica (Argentina)
Págs: 363
Edición 2023
ISBN: 978-987-719-442-5