03 Mar
03Mar

“Los últimos días en Buenos Aires, antes de salir, más de un amigo me dijo tené cuidado, a ver si después te convertís, y yo decia, con sonrisa:ojalá. Y a veces también pensaba: ojalá. Sin tener muy claro de que se trataba, pero suponiendo que el alivio de una creencia, si conseguía sostenerla de verdad, podía llegar a ser maravilloso” 

Martín Caparrós

Justo una noche antes de que los medios nacionales anunciaran la reedición y salida a la venta de Dios Mió (el libro de crónicas escrito por Martín Caparrós y que lo tenía como protagonista de su viaje a la India) el Sai Baba dejó este mundo como “cualquier paciente humano” dejando huérfanos a más de un millón de fieles que durante años lo consideraron un dios y, al autor, con una inigualable y gratuita campaña publicitaria sobre sus espaldas, la cual no puede ser menos que entendida como un regalo del más allá quien sabe por que muestra de gratitud hacia su obra.

Ahora bien, si no fuese por que el libro fue escrito hace diecisiete años y publicado con gran éxito entonces, cualquier devoto (o incluso el mismo autor) diría algunas frases del tipo:“Swami hace estas cosas” o “con Swami nunca se sabe”, dos ejemplos de las tantas que pueblan el relato y que lo hacen uno de los trabajos más interesantes de Caparrós, al menos en lo que a su colección de crónicas respecta.Lo cierto es que en esos diecisiete años, la India que el autor describió en sus crónicas dista mucho de la India actual. 

Como él bien lo explica en la introducción, la de entonces era poco menos que un reducto donde millones de personas morían sin siquiera ser consideradas como tal y, hoy, con la nación a punto de ser lanzada como una potencia económica mundial el panorama y el contexto en que se encuentra, son bien distintos.

En Dios Mio, con su particular y tan conocido estilo de corresponsal intrépido, Caparrós inicia el viaje con una consigna clara y precisa: llegar a la India no en plan espiritual ni de búsqueda interior sino intentando satisfacer una especie de capricho que no es otro que el de conocer a un dios, un dios de carne y hueso, un dios que lo provoque, lo convenza y lo saque del ascetismo incipiente en el que vive. 

El cree que lo merece y siente que tiene derecho a vivir esa experiencia.Y claro está que, cuando de dios humano se habla, nadie mejor que el Sai Baba, quien durante sesenta años significó un misterio para unos y un mito para otros, defensores a ultranza de sus dotes como reencarnado divino en la tierra.Sin embargo, pese a contar con algunos contactos en el lugar y con su carnet de reportero a cuestas, el encuentro con la divinidad no le será para nada fácil y ése quizá sea el punto que vuelve tan atractivo e interesante al relato. 

Así  es como al llegar a la India se encuentra con un lugar que es mucho más ingrato y difícil para sobrevivir de lo que él había pensado y allí toma conciencia de que la famosa “entrevista” o encuentro con Swami no dependerá solamente de él sino de que el mismo Sai en persona lo elija, tarea para nada sencilla, sobre todo si se tiene en cuenta que hasta la misma Madre Teresa cuando se acercó a su ashram éste no la atendió aduciendo que ella estaba con dios todo el tiempo y que no era digna merecedora del encuentro.

A lo largo de las trescientas páginas que componen el texto, Caparrós analiza como un tríptico de El Bosco todos aquellos elementos de la realidad india que el lector deberá tener en cuenta para poder alcanzar la verdadera comprensión de la empresa que implicaba el cumplimiento de su deseo (o capricho quizá) de conocer a un dios en vivo y en directo. De esa forma, comienza con una completa biografía del Sri Sathya Sai Baba (excelentemente documentada y narrada) para arribar luego al quid de la cuestión misma y desentrañar los pormenores del dogma que tantos millones de adeptos captó en todo el mundo, incluso en nuestro país.

Pero mas allá del excelente recopilatorio de información acerca de la cultura hindú y su relación con el Sai, lo que más conmueve en el relato es la necesidad imperiosa que tiene Caparrós no sólo para encontrarse con Swami mano a mano en una entrevista y preguntarle si es realmente dios, sino el esfuerzo que hace para intentar sostener todo el tiempo la argumentación de su propio ateísmo, el cual se ve tan amenazado que hasta llega a poner en peligro su permanencia en el ashram y el encuentro personal con la divinidad.

Ya sobre el final, cuando el tiempo en la India se le ha extendido más de lo previsto y las posibilidades de intentar un acercamiento a Baba parecen alejarse, comienza la parte del relato donde intenta iluminar las zonas oscuras o puntos débiles del personaje (tales como las dudas acerca de la materialización de objetos, los números fraudulentos de la millonaria fundación que manejaba, las inexplicables obras de infraestructura que encabezaba y que ni siquiera el gobierno indio estaba en condiciones de realizar, sin contar el rosario de denuncias por abusos sexuales a menores y corrupción de fieles) haciendo uso de su función de periodista, en la que se deja entrever cierto dejo de despecho por no haber cumplido el cometido de estar cara a cara con Baba en persona.

Como corolario final, la idea que deja el libro es que, desde un punto de vista objetivo, Sai Baba fue una divinidad legítima según la tradición hindú que ayudaba a sus devotos y hacía milagros sólo para aquellos que así lo creían, quedando muy en claro que ese no fue el caso de Caparrós. Quizás lo que el autor deba agradecerle a Swami es que, si bien no pudo llegar a cumplir su objetivo final, gracias a él tuvo la posibilidad de conocer una de las culturas mas fascinantes y verdaderamente espirituales del planeta, quizá el más claro ejemplo de que cuando se tiene una creencia sólida  la vida se hace mucho más fácil y se pueden aceptar hasta las más bajas vicisitudes que ella misma impone.

Según dice la tradición varios años deberán transcurrir hasta que un nuevo avatar aparezca y ocupe el lugar de Swami. Mientras tanto, para los devotos del Sai Baba, éste seguirá presente en el corazón de cada uno de ellos haciendo florecer la idea de amor eterno y constante más allá de vida y de la muerte. Después de todo, no es otra cosa un dios (o al menos, no debiera ser entendido de otra forma).

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