Rosario te va a encantar me decían todos. No sabés que ciudad imponente es, decían unos y no sabés que vida nocturna tiene me decían otros. Así pasé muchos años coleccionando frases, epítetos, calificativos y acumulando mil porqués (y también para qué) para visitar la ciudad. Pero como nada llega antes de lo previsto en la vida, el viaje llegó cuando tuvo que llegar, y eso fue este verano, cuando al encontrarme sin planes en mi casa y todavía con la modorra habitual que nos dejan las fiestas (con esos días calurosos, eternos y en los que el silencio posterior a los fuegos de artificio parece prolongarse más allá de lo debido) me decidí a comprar un vuelo, algunas noches de hotel y lanzarme a la aventura del descubrimiento de la ciudad en plan libre.
Aunque los kilómetros que separan nuestra capital de la ciudad de Rosario para muchos no justifican un vuelo, me pareció interesante y hasta entretenido vivir la experiencia de un vuelo “relámpago” dentro del territorio nacional. Y así fue. Cuando conté el tiempo que pasé arriba del avión y lo que tardé desde mi casa hasta Aeroparque y del aeropuerto de Rosario hasta el centro, me dí cuenta de cuánta razón tenía Fito cuando dijo que la ciudad siempre estuvo cerca… y eso es verdad.
La primera impresión que tuve apenas el taxi comenzó a recorrer las calles del centro fué de que nunca había salido de Buenos Aires y después me sobrevino una especie de Déjà vu inexplicable que me llevó por unos segundos a ciertas zonas de Paris o de la parte más clásica de Roma. Pero no, ninguna de ellas formaban parte del mapa de capitales del viejo mundo.
Lo que veía en realidad no era otra cosa que Rosario, una urbe con la identidad bien definida, plagada de cúpulas barrocas, plazas con grandes arboledas, eternos bulevares con niños en bicicletas y ancianos despuntando el vicio de la charla, silos gigantescos transformados en museo de arte contemporáneo, vías del tren que atestiguan épocas de un pasado de bonanza y una gente parecida en apariencia a los porteños pero con un no se qué que los hace, en un punto, muy diferentes.
Aquí algunas imágenes de lo que ví desde el Aeropuerto hasta que llegué a mi Hotel en la Plaza Montenegro:
La peatonal Córdoba luce mucho más elegante que la Peatonal Sarmiento. En esta esquina, frente al edificio de la Bolsa de Comercio se encuentra el Café Augustus, uno de los más clásicos de la zona y también de los más aconsejables a la hora de planear un desayuno o una parada para tomar algo mientras se recorre la ciudad.
Al final de la Calle Córdoba y frente a la Facultad de Derecho de la UNR se encuentra la Plaza San Martín. Es una de las más amplias y arboladas de la zona, constituyendo un sitio obligado de encuentro entre parroquianos, niños que van a jugar o adolescentes que la eligen para andar en bicicleta.
El centro de la ciudad guarda una fisonomía muy parecida a la del centro porteño. Allí se encuentran la zona bancaria, los cines, teatros, bares, restaurantes, centros culturales, galerías, comercios y un buen número de edificios interesantes, con estilos arquitectónicos muy elaborados y con ciento de turstas que los recorren encantados.
Los murales pintados sobre las paredes de los edificios céntricos son una de las atracciones culturales más importantes de la ciudad. Hay un circuito predeterminado para recorrerlos y cuenta con obras de reconocidos aristas como Antonio Berni, Schiavoni, Vanzo, Gambartes, Bertolé, Ouvrard y otros más.
Vista desde la habitación del hotel ubicado en el corazón de la Plaza Montenegro a pocos metros de la peatonal Sarmiento.