02 Aug
02Aug

Todo en Mendoza parece girar alrededor del preciado elixir de los dioses. Desde el instante en que llegué a la ciudad no hice más que escuchar ofertas de excursiones a bodegas, tours de compras vitivinícolas y un sinfín de recomendaciones para probar  vinos con nombres autóctonos, fechas de cosechas y otros datos más que me sobrepasaron y acabaron produciendo el efecto contrario. En otras palabras: la acumulación sistemática de nombres propios como Merlot, Cavernet, Malbec y otros más hizo que en la estadía en la provincia más beoda del país volviera invicto, sin probar una sola gota.

Así es como con un tema menos de que preocuparme -es genial saber que no iba a perder tiempo en ver millones de botellas ni en tener que sortear ninguna resaca luego de haber tomado unas cuantas- durante casi diez días me dediqué a vivir de un modo intenso todas las maravillas que la provincia tiene para mostrar (que fueron muchas, incluso más de las que yo pensaba antes de hacer el viaje).

En esa corta pero intensa escapada no sólo visité la ciudad (donde descubrí algunos de sus secretos, me obnubilé con su orden, su limpieza, con la extremada educación, la amabilidad y el enorme don de gente de los lugareños) sino que, además, recorrí la cordillera por los mismos espacios por donde San Martín cruzó los Andes (pasando por lugares impensados y extremadamente increíbles), visité la reserva acuífera de Villavicencio y deambulé por algunos museos interesantísimos en los cuales me llevé más de una sorpresa y aprendí otro tanto.

Quizás el haber hecho ese recorrido sea lo que me hizo llegar al final del viaje con una conclusión que había elucubrado de antemano: Mendoza es mucho más que una tierra de vinos, vendimias y fiestas como muchos creen. Es un lugar privilegiado de nuestro país al que parece no haber llegado la contaminación en ninguna de sus formas (o no al menos con las que conocemos quienes llegamos a ella desde estas latitudes) y que renueva a diario las esperanzas de que es posible una ciudad limpia, agradable, segura, confortable y con motivos de sobra para sentirse orgulloso de formar parte de este país, que si bien es maravilloso en toda su extensión, a veces parece serlo más en algunos lugares que otros.

El mes de agosto es sin dudas el mejor mes del año para descubrir juntos Mendoza. Es por eso que aprovechando mi reciente viaje y que  la provincia aún se encuentra con nieve ( además de la celebración de un nuevo aniversario de la muerte del General San Martín) con estas crónicas los invito a compartir todos los secretos que se esconden en esta perla cuyana. Bienvenidos a la tierra de los colores intensos, lo sabores inolvidables y los más bellos paisajes de ensueño.

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