10 Aug
10Aug

México podría ser definido -entre otras cosas- por ser el país del muralismo latinoamericano. Año tras año miles de turistas llegan a él para disfrutar, además de las playas, el tequila y las rancheras, de los murales de los tres pintores más prolíficos que tuvo el arte mexicano, referido a la técnica de pintar imágenes de la vida real utilizando las paredes de edificios emblemáticos como si de una tela se tratase.

Cuando estuve allí visité muchos de los espacios que los albergaban (como el Palacio Nacional, el de Bellas Artes y otros tantos) y me encontré cara a cara con las piezas mas significativas de pintores como Orozco, Rivera y Siqueiros. Una vez visitados los marqué como destinos cumplidos y me dispuse a seguir con los otros espacios que el DF me proponía. De esa forma continué, pensando que mi cuota de muralismo se había agotado con aquellas visitas pero lo cierto es que, días más tarde, caminando por San Cristóbal de las Casas descubriría que el muralismo dió mucho más de lo que se conoce a través de los libros de arte y que México, lejos de exhibirlo todo, esconde en algunos lugares del país joyas ocultas que valen la pena visitar.

DERECHO AL MURALISMO MENOS CONOCIDO 

Cualquier tarde de julio en San Cristóbal de las Casas significa lo más parecido a la visión occidental del infierno. El sopor que acuciaba en cada esquina y esa brisa corta proveniente de una no tan lejana selva lacandona me hizo tomar coraje y abandonar el hotel, cerca de la Plaza de Santo Domingo. Salí de la habitación y me encontré solo caminando por la calle principal (esa que los chiapotecas llaman "El Andador") a la vez que el sol se clavaba lentamente sobre mi coronilla. Seguí haciendo caso omiso al calor y me propuse llegar a la zona de la colorida catedral, ya que allí se concentraba la movida de la ciudad y encontraría seguro, algún bar donde tomar algo fresco y paliar los efectos del terrible julio.

Al llegar a la catedral sólo me encontré a dos niños jugando con unos globos, acompañados de dos jóvenes alemanas con rastas que intentaban enseñarles a tirar las clavas al aire e ir recogiéndolas sin que ninguna se cayera. Dí una vuelta a la redonda, alrededor de la plaza principal y no había un alma. Los negocios habían cerrado, los perros dormían apoyados en el cordón de la vereda y nadie, absolutamente nadie aparecía en el paisaje salvo los cinco (entre los cuales me incluyo) que acabo de mencionar.

Si bien el hotel estaba cerca no tenía ganas de volver a hacer el camino en sentido inverso, y mucho menos bajo el sol, así que decidí quedarme a la única sombra de árbol que había en la plaza. Por un rato observé como los niños intentaban la ductilidad y la gracia de las alemanas para tirar las clavas pero no consiguieron otra cosa más que algunos golpes e incluso un llanto convulsivo del más pequeño de los dos. Quizás ante el temor de que aparecieran los padres, las dos chicas se agacharon, tomaron las clavas y se perdieron en el adoquinado que hervía en aquella siesta chiapoteca.

Al otro lado de la plaza se encontraba un edificio de importancia, en estilo colonial, todo blanco y con el cerro detrás que lo escoltaba como un gendarme. "Perdido por perdido" para mis adentros me dije y me levanté para cruzar la calle y ver de que se trataba. Cuando me encontré allí observé en la entrada un escudo repujado en una placa de bronce que decía "Facultad de Derecho de la Universidad de Chiapas" y las puertas, amplias, de madera, también en estilo colonial, estaban abiertas de par en par como diciendo "adelante".

Atravesé la entrada principal e inmensa fue mi sorpresa cuando me encontré en una sala donde, en varias paredes que la circundaban, aparecieron ante mis ojos una serie de murales que luego de observar por un rato identifiqué como una versión de la historia de México. Quiero que sepan que en el lugar no había ninguna descripción de quiénes habían llevado a cabo la obra, ni referencias sobre la representación de las imágenes y mucho menos, fechas.

Les muestro uno a uno, tal cual como aparecen, estos increíbles murales:

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