17 May
17May

Con el frío marino abominable de febrero y provisto de mi cámara fotográfica y una serie de apuntes personales, a tempranas horas de la mañana me largué por las adoquinadas calles de Sultanahmmet en dirección al complejo donde se encuentran la Hagia Sofía, el Hipódromo Nacional y la Mezquita Azul.Eran las nueve en punto cuando llegué a la pétrea puerta de acceso y me llamó la atención el gentío congregado, ya que pensé, que a esas horas, sólo a mí podía ocurrírseme un encuentro cara a cara con el mundo islámico.

Mientras un grupo de italianos y japoneses ingresaban por una de las entradas laterales a la puerta principal, al otro lado, formaban filas los solitarios que, como yo, intentaban una visita más personal ya que odian tener que escuchar el disco rayado de los guías del lugar. Así es como reconfortado por haberme equivocado en mi pronóstico y guardando la guía para poder meter las manos en los bolsillos dado el frío, me puse en la fila de turistas rezagados y mientras aguardaba llegar al puesto de venta de los billetes, me dediqué a observar el increíble paisaje humano que transitaba por las plazoletas que circundan el lugar y que se presentaban frente a mis ojos como una muestra acabada del modo de vida oriental que me había sido vedado descubrir en El Cairo.

Allí, en esos minutos de espera por ejemplo descubrí que muchas - por no decir la mayoría- de las mujeres llevaban sus cabezas tapadas con pañuelos dejando sólo su rostro al descubierto (eso debido que mostrar el cabello en público puede ser tomado en cuenta como un signo de provocación), que los hombres por una cuestión ancestral de “seguridad” andan de a dos, siempre en par y hasta es muy común verlos de la mano o tomados del brazo y que, los ancianos y los niños, presentan una de las parsimonias que jamás había visto en ningún otro lugar ni pueblo en los que estuve.

Finalmente el guardia me hizo pasar, pagué mi billete “a modo completo” (el cual me permitía visitar los tres niveles de la Iglesia incluido el Museo de los mosaicos) y una vez dentro me encontré en unos jardines de las épocas del califato, los cuales además de circundar a la bizantina construcción, ofician de espacio de descanso y restauro para el duro frío costero. Antes de ingresar decidí que sería bueno para mi temperatura corporal tomar un reconfortante café turco (ese que preparan en pequeños jarritos de cobre y que deja restos en los cuales dicen, se puede leer el futuro) y de paso, aproveché para ojear algunos de los recuerdos sobre los cuales sabía que me arrojaría una vez que terminara mi visita a la iglesia.

A mi lado, una pareja de franceses hacían las contorsiones más extrañas para fotografiar a un cuidado gato persa (exuberantemente peludo y de un blanco inmaculado) quien se había acostado sobre la mesa en la cual querían sentarse y que, no sólo que no dejaba apoyarles sus cafés sobre ella, sino que, además, se le notaba que no tenía la más mínima intención de moverse de allí. Y fue entonces que descubrí otro de los secretos que Estambul tenía guardados bajo su manga: en ella, asombrosamente, los gatos gozan de inmunidad y reciben un trato casi igual al de una persona. 

Así como en Atenas los perros circulan como peatones entre pueblerinos y turistas o en la India las vacas pueden detener el tránsito durante horas, en la capital de Turquía los felinos son tratados por sus congéneres como si de semidioses se tratara.

1. COMO EL JUNCO QUE SE DOBLA PERO SIEMPRE SIGUE EN PIE

Intentar una visita profunda a la Hagia Sofía no es tarea sencilla. Apenas se atraviesa el gigantesco y abigarrado pórtico de entrada uno debe saber que está ingresando en uno de los sitios más curiosos del planeta, por muchas razones. En primer lugar se podría decir que es por que está considerada la iglesia más grande del país (lo cual ya la hace en sí misma un ícono para sus pobladores) y la cuarta a nivel mundial, pudiendo ser comparada con joyas de la arquitectura como el Vaticano, la Catedral de Notre Dame o la Catedral de Santiago de Compostela en España, todo ello sin contar que es la segunda más importante después de la Meca.

En segundo lugar se podría alegar que su importancia radica en los diversos hitos históricos por los cuales atravesó (desde los años de Bizancio hasta los de los reinados otomanos) y que la hicieron uno de los centros de culto más importante en el cual los ciudadanos de esa región ejercieron sus religiones (católica primero y musulmana después) dejando en ella un legado artístico pocas veces visto en otras iglesias del mundo oriental.

Si hay algo cierto es que a lo largo de la historia - pese a haber sido pensada como un espacio de comunicación entre los hombres y Dios- fue castigada y sufrió tantos embates que aún hoy cuesta entender cómo sobrevivió a dichas vicisitudes. Construida entre 325 y 360 a pedido del emperador romano Constantino El Grande, esa primera fue quemada inmediatamente algunos años después de su fundación como protesta del pueblo turco ante la retirada de San Juan Crisóstomo, uno de los obispos más querido y aceptado por el pueblo y que fue desterrado sin causa aparente. 

En tiempos de Teodosio II se manda a reconstruir con éxito pero una nueva revuelta y alzamiento del pueblo turco la incendia, dejándola esa vez reducida casi a cenizas.Años mas tarde, el gran emperador Justiniano, soberbio y altanero como se lo conoció, inició una tarea de reconstrucción dado que quería que la Hagia Sofía se alzara nuevamente y se transformara en un verdadero emblema del Imperio romano de oriente. Cuentan las crónicas de entonces que el emperador no escatimó en gastos y mandó a transportar mármol de casi todas las canteras de Turquía incluyendo también algunos de Delfos, Efeso y Baalbef. 

En esa obra que duró un quinquenio trabajaron día y noche cerca de diez mil artesanos, otros tantos obreros y miles de ciudadanos voluntarios que donaron su tiempo ya que lo creían una buena forma de acercarse a Dios y para demostrar fidelidad al emperador. Así es como en el 537 la Iglesia se inauguró con todas las pompas imaginables y según crónicas y documentos de la época dicen que, ese día, Justiniano entró triunfal de la mano del Patriarca Menas y al llegar al altar elevó su mirada al cielo y exclamó: “Salomón, te he superado”.

Pero si bien Justiniano creó una maravilla, en su mirada estrambótica y faraónica hubo algo que no pudo garantizar ni prever: la permanencia de la Hagia Sofía como sitio sagrado y espacio destinado a la vida espiritual. Por eso, con el avance que a principios del siglo XIII tuvieron las Cruzadas - encarnadas en los temibles caballeros templarios que  en el supuesto nombre de Cristo y bajo el engañoso eslogan de la búsqueda de su cuerpo  y del Santo Grial- la incendiaron reduciéndola casi a su forma de esqueleto original.

Durante los dos siglos posteriores se mostró al pueblo como una mole de piedra totalmente incendiada y devastada, pero una  nueva posibilidad de resurgir apareció cuando, en 1453, el emperador otomano Mehmet II después de llegar a la conclusión de que ella era el lugar elegido para elevar sus plegarias a Alá, propuso una nueva reconstrucción. De esa forma comenzó con las obras y la recategorizóa como mezquita, dado que su uso iba a ser destinado al del culto islámico, razón por la cual, incluso, se agregó un mihrab en dirección hacia la Kaaba en la ciudad de La Meca.

Quinientos años la tuvieron como mezquita hasta que en 1934, bajo el gobierno de Ataturk, por un decreto gubernamental, se le quitó ese carácter de centro eminentemente religioso y se la abrió como museo público para que pueda ser vista por personas de todas las religiones, idelogías o filias espirituales , lo cual supuso una apertura importante en materia política pero no causó mucha gracia entre los integrantes del mundo musulmán, quienes desde entonces creían ser los únicos merecedores de peregrinar a la Kaaba en La Meca o de ponerse bajo el protectorado de su perfectísimo dios Alá.

2. LA VISITA

Apenas se entra en ella lo primero que sobreviene es la sensación de pequeñez e insignificancia del ser humano ante la presencia divina. Al igual que sucede cuando se entra por primera vez en la Capilla Sixtina y se pone uno bajo los brazos de Dios y Adán en el cuadro de la creación, en la Hagia Sofia sucede algo parecido ya que, con solo pararse debajo de la decena de lámparas circulares repletas de caireles de cristal del ala central, el alma se resiente y se prepara para un sinfín de espacios, elementos e íconos que verá a lo largo de la visita.

Frente a la entrada principal yace un altar católico de mármol blanco, pero, sorprendentemente, detrás de él no hay imágenes de santos ni de Cristos, aunque sí conviven, de un modo inexplicable, un mosaico bizantino de la Virgen María y cuadros circulares laminados en oro con inscripciones de los pasajes más importantes del Corán.En un radio de no mas de cinco o seis metros, aparecen las famosas “Carpas” (que no son de tela ni de lona sino del más fino y elegante mármol turco) en las que los sultanes, califas y otros personajes importantes del imperio elevaban sus plegarias y tenían la necesidad de contar con un espacio diferenciado del resto que también asistía a orar las cinco veces diarias que establece el credo musulmán.

Del legado islámico los espacios que más sobresalen por el resto son las inscripciones en dorado de los pasajes del Corán, las carpas con su estilo mozárabe (muy parecido al mudéjar de España) y la fastuosa cúpula, la cual si bien está pintada, a los ojos del visitante aparece como repujada totalmente en oro gracias a un talentoso trabajo de quienes llevaron a cabo su diseño.

Pero también en ella se da una fuerte presencia de las épocas del cristianismo, y sin lugar a dudas, referidos a ese período la estrella de la Iglesia son las escenas religiosas confeccionadas con pequeños azulejos al modo bizantino, en su mayor parte de Cristo y de la Virgen María acompañados de diferentes personajes como emperadores y sus esposas, quienes expresamente pedían realizar esas obras pictóricas con la finalidad de sentirse protegidos por las entidades superiores de su credo (De todos los que pueden verse en la iglesia, los que más sobresalen son los de la Virgen María con el niño en brazos que se encuentra en sobre el altar mayor en la sala principal, el Cristo Panktokrator y el de Juan el Bautista, que se encuentra en un estado casi deplorable pero que no por eso es menos bello e importante).

Por todo ello es que nadie que esté en Estambul puede dejar de hacer una visita a la Hagia Sofía. Si bien la ciudad está minada de mezquitas e iglesias llamadas “coptas” (cristianas, aunque son la minoría) ella y la Mezquita Azul son las más importantes, debiendo ser un punto obligado e imprescindible en la estadía. Cuando hayan salido de ella, asombrados y con el alma y la vista llena de imágenes extraordinarias seguramente habrán entendido la esencia del pueblo turco, y porqué Alá es el sustento y el fin último de su existencia.

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