El título de esta nota les aseguro, no es para nada antojadizo ni un simple juego de palabras: en Oriente es muy fácil perderse. Con carteles escritos generalmente en árabe (o en alguna lengua local de los diferentes países que conforman el bloque denominado Oriente) y con altas densidad de población sobre todo en las grandes capitales, desplazarse desde un lugar a otro puede resultar una verdadera pesadilla o una buena anécdota para contar a la vuelta del viaje.
Y aquí comparto con ustedes mi caso de desorientación por aquellas tierras. En un viaje a Estambul, una mañana decidí ir al Gran Bazar a conocer esa cultura del mercadeo y la infinidad de artículos que según me habían dicho, podría encontrar. Al llegar me sorprendí no sólo por las dimensiones del lugar (me hizo acordar mucho a los clásicos negocios de la Recova de Once, pero en este caso estaban todos bajo un mismo techo, lo cual hacía del lugar un espacio que parecía aislado del mundo) sino por los colores, las formas y la pluralidad de objetos que pasaron ante mis ojos entre los que había un universo que iba desde un vasito de té hasta esculturas, pasando por alfombras, ropas tradicionales, gorros, pipas de narguile, lámparas como las de Aladino y muchos más que no cabrían en este posteo si quisiera mencionarlos a todos.
La cuestión es que estando allí, un amable vendedor al que le regateé largo rato el precio para una miniatura de un derviche en estado de trance, me aconsejó que fuera al Mercado de especies (o también conocido como Mercado Egipcio), uno que estaba ubicado a "pocas calles" de aquel y que se dedicaba íntegramente a la venta de diferentes productos alimenticios y que bien valía la pena conocer. Así es como luego de agradecerle el té que me invitó mientras duró la ceremonia del regateo, caminé por el pasillo general del bazar y salí del otro lado, cerca de una avenida tan concurrida como nuestra calle Florida.
Era un sábado soleado y el horario rozaba el mediodía, con lo cual, los turcos comenzaban a tomar las calles para vivir el tan ansiado fin de semana. De esa forma me encontré inmerso en un marasmo humano que parecía ir todo en una misma dirección sin que uno prácticamente pudiera tocar el piso. Comencé a buscar alguna indicación que -en inglés y no en turco- diera algún indicio de cómo llegar al Mercado de especies pero no encontré el más mínimo rasgo de orientación. Levanté la vista para ver si podía divisar algún espacio más allá de la multitud que se movía como una mancha de aceite en medio del agua y nada ví, salvo las paredes adoquinadas con carteles en turco y el desnivel de las calles que se bifurcaban en varias diagonales y que me ponían en la disyuntiva de cuál de todas elegir.
Finalmente elegí una de ellas e intenté hacerme espacio entre el gentío. El barrio debía ser una zona de ferreteros por que todos los negocios tenían en la puerta exhibidas palanganas, tinajas, baldes, martillos, mangueras y todo lo que hace a ese rubro. Seguí caminando unos metros más y me dí cuenta que la masa de gente comenzaba a mermar. Y en un momento, sin esperarlo, sucedió el milagro: un cartel desvencijado escrito en turco, en árabe y en ingles decía "To Market" con una flecha que indicaba, supuestamente, la dirección en la que había que dirigrirse.
Seguí la dirección de la flecha y me encontré nuevamente entre el gentío. Hordas de seres humanos que iban en diferentes direcciones hicieron que perdiera nuevamente el sentido de la orientación. Ya con las esperanzas perdidas, decidí vivir la experiencia de "ser llevado por la manada" y ver en qué desembocaba el experimento. Así caminé entre el gentío por casi media hora, hasta que en un momento, a lo lejos divisé una gran puerta ornamentada y un cartel en árabe que ,supuse, sería la entrada al Mercado de Especies.
Caminé en línea recta sin perder de vista la gran entrada y finalmente llegúe. Ingresé y si bien había mucha gente dentro, era mucho menos que la que me había acompañado hasta allí. Comencé a recorrer los amplios pasillos y no ví ningun artículo relacionado con alimentos. A medida que me desplazaba comencé a notar que lejos de ver tés, fiambres, masas, pescados, carnicerías o especies aromáticas lo que veía eran los mismos artículos que había visto en el Gran Bazar.
Al llegar a una de las esquinas del amplio predio miré en ambas direcciones y me dí cuenta de que, luego de haber estado caminando casi por una hora, había vuelto al mismo lugar de donde había salido, lo cual me hizo dar cuenta de que siempre estuve caminando en círculo.
Para que vean que esta historia tuvo un final feliz les digo que dos días después, finalmente, encontré el Mercado de especies. Ahora bien, la idea es que esta experiencia les sirva para cuando decidan visitar cualquier lugar de Oriente. Dadas las diferencias idiomáticas, ideológicas y culturales que existen, siempre es bueno contar con mapas actualizados, realizar un trabajo de investigación previo antes de emprender el viaje y preguntar toda la información que necesiten a los empleados del hotel, ya que generalmente suelen manejar varios idiomas y siempre estarán dispuestos a brindarles la mejor opción para llegar a los diferentes destinos.
Y si pese a ello, se pierden, no se preocupen ya que desorientarse en Oriente es más común de lo que muchos piensan. La mejor opción es dejarse llevar y esperar el lugar que les depara el destino.