05 Jan
05Jan

BAJO EL CIELO DE BERLIN 

Un mes antes de viajar al corazón de la Europa central me pregunté varias veces por dónde empezaría a recorrer la mítica Berlín. Durante años la ciudad se había transformado en una obsesión que manoseaba cada vez que planificaba un viaje al viejo mundo pero que siempre, por una razón o por otra, terminaba abandonando como si un extraño presagio me augurara que aún no era el momento. Así es como durante décadas acumulé una importante cantidad de información histórica, cultural, geográfica, política, literaria, cinematográfica y hasta incluso periodística, ya que leí cuanta crónica y relato de viaje caía en mis manos y que estaba relacionado con la famosa ciudad del muro.

Quizás haya sido esa acumulación de información la que hizo que cuando llegara este año al Aeropuerto del Tegel (y me llevé una gran decepción ya que en las películas de Wim Wenders aparece mucho más majestuoso de lo que en realidad es) tuviera la sensación de que ya había estado allí. La secuencia de los mayores iconos de la ciudad, los documentales de la guerra fría, el vocerrón de Nina Hagen con su cara hipermaquillada cantando a cámara y aquella imagen transmitida por Deustsche Welle en la que miles de alemanes se alzaron sobre el muro en la fría e inolvidable noche del 9 de noviembre de 1989 me produjeron un estremecimiento que nada tuvo que ver con los quince grados bajo cero que anunciaban los sensores de temperatura ubicados a la salida del aeropuerto.

En los cinco días que estuve allí encontré respuestas para todas las preguntas que llevaba en mi bitácora y entendí a la perfección todas aquellas cuestiones que desde mi casa y a través de la pantalla del televisor  me hacían ruido. Berlín fue mucho más que la llegada a un destino pautado, Berlín fue en realidad la construcción de un sueño. Y yo estaba allí, en el kilómetro cero de la ciudad para comenzar a materializarlo.

YO TE VERÉ... A TRAVÉS DE MI PERSIANA AMERICANA

El día amaneció con un claroscuro desolador según pude ver desde la ventana del Winter Hotel. El pesado gris del cielo junto a la llovizna fina y lenta (¿cómo se dirá garúa en alemán?) se alzaban como un fantasma sobre la ancha Friedrichstraße y caían implacables sobre los autos que parecían hormigas intentando escapar de semejante negrura. Pero poco a poco el cielo fué cediendo y para las nueve de la mañana un halo de luz atravesó la ciudad. Con esa difusa resolana me sobraba para  hacer fotografías, así que me dirigí hacia allá intentando descubrir lo que había quedado de los años del comunismo y que ella se empeñaba en dejar atrás para renacer de sus cenizas y vivir su segunda oportunidad.

Caminé por la calle en honor a Federico II y al llegar a la esquina con la Kochstraße ví que a escasos metros se alzaba la cara de un soldado americano recortado sobre un fondo de tiendas de moda, logos de empresas multinacionales y un cartel que aclaraba en varios idiomas que a partir de allí se abandonaba el sector comunista y se ingresaba en el "Secteur americain" (me impactó mucho no ver escrita la leyenda en inglés y sí en ruso, francés y alemán). Y fue allí donde caí en la cuenta de que estaba parado sobre uno de los límites que en otros tiempos significaba una sentencia de muerte asegurada para todo aquel que intentara atravesar esa verdadera zona de fuego.

 Dejé el lado de dominio ruso y comencé a caminar en línea recta como guiado por la mirada del impecable soldado, quien me hacía pensar que la guerra para los americanos había sido además de fría, limpia, ya que no se veía en su estética ningún signo de lo que se espera de alguien que da la vida por su patria. Y ahí me surgieron otros pensamientos: ¿Por qué si la guerra fue fría y no hubo sangre ese soldado estaba allí como un héroe de Hollywood? ¿Cuál fué el mérito que hizo para estar allí?¿Era el primer soldado desconocido que se hacía conocido? o ¿Simplemente era un personaje más del panteón de superhéroes propuestos por el gran país del norte? (Como imaginarán todas esas preguntas fueron retóricas y los invito a ustedes, queridos lectores, a que participen del debate).

Cuando estuve debajo de la foto del joven rubio me encontré con otra realidad que abría nuevos interrogantes y líneas de pensamiento. Dos jóvenes de entre 25 y 30 años, disfrazados de soldados americanos, se frotaban las manos para soportar las inclemencias del húmedo frío berlinés mientras esperaban a que aparecieran los primeros turistas que, tras el pago de algunos dólares, lograran irse con el pasaporte sellado como si hubieran estado en algunos de los años anteriores a la caída del muro y hasta incluso puediesen fotografiarse haciendo todo tipo de muecas y poses sin tener el más mínimo respeto por una historia que resuena en cada esquina, en cada ladrillo y en los restos de muro pintado que se exhiben a escasos metros de los ojos del soldadito de cara adusta.

Me quedé un rato esperando a que llegaran los invitados y dieran comienzo a la ceremonia en la que la el pasado se vuelve divertimento y donde lo que antes fue uno de los espacios más vergonzosos del siglo veinte ahora se transforma en una verdadera Disneylandia donde los turistas se fotografían junto a los soldados como si estuvieran en el famoso castillo rodeados por Pluto, Tribilín o el Ratón Mickey con su toga de mago. La espera no fue larga: a los pocos minutos dos adolescentes japonesas se abrazaron cada una a un miliciano y haciendo la V de la victoria con sus dedos entumecidos se inmortalizaron tras la pantalla de un moderno Iphone.

Dos mujeres rusas hicieron lo mismo y un matrimonio de abuelos americanos que vió que nada perdían por unos minutos de ridículo frente a una lente, se ubicaron entre los dos soldados y sonrieron como si estuvieran en la mejor isla del Caribe. Al terminar la foto uno de los soldados le tomó la mano a la anciana y mientras ésta se reía de manera nerviosa, levantó el fusil e imitó apuntarle. La mujer largó una carcajada catártica y su esposo, obviamente, no dudó en registrar el divertido momento. Ambos abandonaron el lugar previo pago en euros por la ridícula puesta en escena que seguro los hizo sentirse parte de la historia.

Luego de asistir a esa experiencia visual, me alejé del soldado que seguía mirando a la ciudad desde arriba y decidí inmortalizar "mi" visita al lugar.

BERLIN I LOVE YOU

A escasos metros de allí, y ubicados de manera informal, en casi todo el barrio pueden verse planchones de muro con diferentes graffittis, pintadas y otras manifestaciones que los ciudadanos de ambos lados del muro usaron como el medio para expresarse y que tanto bien les hizo, según me contaran unos días después cuando recorriera las zonas por donde pasó el muro y que separó mucho más que simples bloques ideológicos. 

Vean algunos:

 

El oso que da nombre a la ciudad es otro de los iconos infaltables en los lugares con afluencia de turismo. Además les sirve a los alemanes como una forma de promocionar la Berlinale, festival de cine internacional más importante de Alemania y que goza del prestigio de los Oscars, Cannes y San Sebastián. 

La zona del Checkpoint Charly desde la caída del muro sufrió un cambio en su estética y con el tiempo se transformó en un lugar de privilegio donde se pueden ver las más variadas manifestaciones artísticas y culturales. Artistas callejeros, estatuas vivientes y hasta incluso performances y esculturas abundan en todos los rincones del barrio. 

En la zona se encuentran varios museos, siendo el más importante de ellos el Checkpoint Charly Muzeum. Si bien cuenta con una importante colección de objetos, fotografías, testimonios, videos, instalaciones y hasta incluso un importante archivo, no es el más recomendable para bucear en la historia de Berlín. Además llama la atención que siendo uno de los museos más emblemáticos de la zona tenga tantas restricciones para fotografiar (está terminantemente prohibido) y para filmar. Si quieren hacer fotografías les recomiendo que visiten el de la DDR (o RDA en alemán) donde además de estar cara a cara con los objetos podrán experimentar un rato en una casa comunista y elegir el circuito de la visita.

La otra opción es visitar la Caja negra (que aparece en la fotografía de arriba) y que es una sala donde se  proyecta un importante material fílmico sobre la construcción del muro en el espacio del Checkpoint. La caja negra se tomó sobre la base de aquella de los aviones (en las que se registra un hecho pasado para ser reconstruido en un futuro). Las columnas de la entrada son rojas y representan al comunismo y las ventanas azules evocan la presencia americana en la zona. (Dejo librado a su criterio cualquier interpretación que quieran hacer acerca del significado de los conceptos de "columnas" y "ventanas").

 Allí también se puede ver un mapa que muestra la división de Berlín y el sitio mismo del Checkpoint. 

Este bloque de cemento se encuentra en la entrada del museo del Checkpoint e informa que el mismo fue el primer muro de la historia en ser fabricado por los miembros de una ciudad para que dividiera la misma ciudad (y que terminó afectando no sólo a esa zona sino al mundo entero). Lo que más sorprende es que a alguien se le haya ocurrido alguna vez creer que el muro podía llegar a ser considerado "Octava maravilla del mundo". 

Terminé mi recorrida por la zona americana y me alejé unas cuadras del ajetreo turístico. El barrio indudablemente fue, es y será americano. La visión que se obtiene allí de la historia y del muro mismo está pincelada por una interpretación épica donde, para variar, los americanos son lo buenos de la película y el resto un enemigo al que hay que eliminar bajo cualquier pretexto.

El olor a hamburguesa y hot-dogs invadía la zona y el frío parecía no dar tregua. Los turistas salían de los puestos de souvenirs recargados de bolsas y continuaban fotografiándose sin parar. Levanté la vista y me encontré con un globo aerostático que promocionaba el Die Welt, uno de los mejores diarios berlineses. Me resultó imposible no pensar que de no haber caído el muro, ese globo hoy no sería un medio de promoción sino la posibilidad para huir de un sistema opresor e intentar la libertad al otro lado del muro. Un viejo Trabant hacía equilibrios en la cima de una columna como una bailarina de cabaret berlinés que brindaba sus últimos devaneos para alegría del decadente público que la observaba atónito.

BERLIN I LOVE YOU decía un cartel debajo del globo aerostático. ¿Berlín I love you? me pregunté ¿Cuál es el Berlín que dice amar la leyenda? ¿el de los miles de muertos que intentaron pasar de un lado a otro usando los medios más irrisorios? ¿el del los ángeles de Wim Wenders en las Alas del deseo? ¿o el de los miles de dispositivos espías que escuchaban las conversaciones de quienes vivían al otro lado del hormigón?. A decir verdad creí que en ninguno de ellos.

Volví unos metros atrás y el soldado de la foto seguía ahí, rubicundo, perfecto, engominado,como si nada le hubiera pasado. El peso del pasado parecía no molestarle y su cara delataba amar esa zona de Berlín. Recuerdo la frase y descubro que nadie mejor que él para asignarle la autoría de la misma. Sin dudas, sea quien fuere, el soldado había cumplido el famoso sueño americano. Obró en cumplimiento del deber y, a cambio, se aseguró un lugar en el barrio más movido de la ciudad. El resto es poco menos que historia.

Más información
Visita Berlín
Checkpoint Charly 

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.