13 Feb
13Feb

Si bien Venecia es una experiencia en sí misma, a diferencia de otras ciudades, el "fascino" (tal como lo describen los italianos) aparece en el mismo momento en que se viene a bordo del tren y las vías dejan de estar pegadas al suelo y pasan a estarlo en el agua, poniendo a prueba a viajeros temerosos, acuafóbicos o bien con un instinto de supervivencia alto. La sensación de estar yendo directamente sobre el agua es una de las más extrañas que vayan a experimentar ya que no hay muchos lugares en el planeta en los que un tren viaje unos kilómetros sobre vías apostadas en pilotes de madera y, mucho menos, que al llegar, toda la ciudad esté construida sobre el agua y se deba tener un estado físico medianamente considerable para atravesar la aventura que supone subir y bajar no menos de veinte puentes al día o caminar sobra calles y veredas tan angostas en las cuales, a veces, sólo se pueden desplazar de a un transeúnte.

La primera vez que llegué a Venecia fue en febrero de 1998 y, sin saberlo, era el día del inicio del Carnaval. El tren llegó a la estación de Santa Lucía cerca de las dos de la tarde y como es común en invierno, el atardecer rojizo inundó el cielo y recortó la figura del tren en cual venía a bordo como si se tratara de un Scalectrix anfibio puesto mágicamente sobre el agua y fabricado a base sombras chinescas dignas del mago Fu-Man-Chu. A cada costado de las ventanillas el agua dominaba el espacio y comencé a preguntarme si la estación de tren también tendría agua en su interior o si los italianos se habrían ingeniado alguna forma para convertirla en algo que se pareciera a un polder holandés que permitiera arribar cómodamente y no chapoteando con la valija.

Mientras miraba absorto la imagen que me devolvía la ventanilla, una voz que salía del parlante del vagón esgrimíó que en cinco minutos el tren estaría arribando a la Estación de Venezia Santa Lucia y que por favor no nos levantáramos de los asientos ya que todavía estabamos atravesando la zona acuífera y el tren necesitaba el menor movimiento posible. En pocos minutos el agua pareció evaporarse como por arte de magia y, a lo lejos, comencé a vislumbrar la cúpula ferrosa que caracteriza a cualquier estación y que, en este caso, me daba la tranquilidad de que no sólo llegaría a la ciudad que todos quieren conocer en algún momento de sus vidas sino que, además, estaría pisando suelo firme después de casi dos horas de atravesar kilómetros de agua.

Cuando el tren finalmente se detuvo en el andén la estación me pareció exactamente igual a cualquier otra estación, plagada de boleterías, puestos de diarios, negocios, cafés, restaurantes, casas de recuerdos y máquinas de expendio de billetes rápido. Pero algo había en el aire que la tornaba diferente y no sé si fué por la emoción de saberme en la Serenissima o por el cansancio del viaje, no podía dilucidar o identificar qué era lo que la volvía diferente. 

Llegué a la Oficina de Información Turística para poder recavar información de hoteles y pedir que me regalen algún plano de esos en los que aparecen dibujados los sitios imperdibles y referencias para la "passeggiata" y me encontré con una imagen dantesca y de ensueño por partes iguales. El empleado que estaba sentado tras la ventanilla y que debía atender mi consulta se encontraba enfundado en una capa negra y un par de antifaces, tal como si se tratara de un homenaje al Zorro de Guy Williams. Mirá hacia las demás ventanillas que lo secundaban y me encontré con una dama antigua de caja de música, un pierrot y hasta un salieri igualito al que le robó las partituras a Mozart tal como lo muestra la Amadeus de Milos Forman. 

"Buonasera... Benvenuto al Carnevale" me dijo el empleado, tratando de comprender mi cara de asombro mientras caía en la cuenta de que había llegado justo en una de las fechas mas complejas para conocer la ciudad. "Cerca un albergo? Impossibile... tutto pieno" me dijo y me recomendó que tomara el próximo tren y viajara una estación hacia atrás, hacia Venezia Mestre, donde la oferta hotelera podía estar en mejores condiciones de acogimiento y a precios mucho más económicos que los que se pagan en Venezia durante el carnaval. Le agradecí y salí al hall central de la estación. Si bien era de noche quise experimentar aunque sea una pequeña recorrida por las cercanías a la estación de tren ya que estaba seguro de que las imágenes que vería serían para alquilar balcones. 

Así es como tomé mi valija, caminé hacia la puerta de vidrio que se abre automáticamente cuando alguien se para delante de ella y las dos hojas se abrieron como un telón de teatro. Atravesé la puerta y me quedé parado en la entrada principal. Una línea de agua pintada frente al horizonte se transformó mágicamente en una góndola que pasó lentamente frente a mis ojos que pudieron identificar al gondolero y un par de pasajeros envueltos en vestidos del siglo XV y escondidos tras máscaras de porcelana y plumajes de colores. 

Por un buen rato me quedé observando las diferentes escenas que pasaron frente a mi como si se tratara de una proyección en technicolor. En minutos, identifiqué que en las inmediaciones de la estación el espíritu de Edgard Allan Poe, el eco del Italo disco que salía de los bafles y los diálogos que resonaban iguales a los audios de mi curso de italiano me devolvieron la certeza de que estaba en Venezia y que, más allá de que tendría que hacer escala en Mestre y viajar una estación de tren todos los días, el sacrificio bien valdría la pena. 

Con esa idea dejé mi valija en la consigna de la estación y con mi cámara de fotos abandoné la estación y me perdí entre la masa enfervorizada que reía, tomaba alcohol, se sacaba fotos, compraba chucherías de recuerdo del carnaval o bien se agolpaba en los diferentes puentes esperando que se hiciera la noche y poder asistir a algún restaurante o pizzería de las tantas que abundan a un lado y otro de la estación. A mi lado tres adolescentes enmascarados arrastraron a un cuarto que no había tenido la misma suerte que ellos mientras le gritaban en alemán, a la vez que el público presente se reía de ellos regalando una imagen de lo más grotesco. 

A los pocos metros, una colombina con una peluca al estilo María Antonieta me invitó a probar el "menú di carnevale" de su ristorante y un hombre con rasgos hindúes me sonrió invitándome a que le compre un cucurucho de castañas o un vaso de agua de coco, dos clásicos callejeros en cualquier ciudad italiana. Caminé unos metros más y decidí volver  a la estación de Santa Lucía. El lugar me había parecido inigualable y quise tomar algunas imágenes para escribir con ellas, luego, algún artículo. Así que al regresar, caminé cerca de un kilómetro hacia un lado y otro de la estación. 

Les comparto aquí las imágenes que tomé: 

La Estación de Santa Lucía es uno de los sitios mejor comunicados de la ciudad. Desde ella parten y arriban lanchas taxis, vaporettos y góndolas que "collegan" los puntos más importantes de la ciudad. Quienes lleguen a ella tendrán una interesante oferta para desplazarse hasta su hotel o bien elegir la opción de caminar, lo cual en Venecia no es muy recomendable, no hasta tanto no hayan realizado una primera recorrida e identificado la distribución espacial de los edificios más importantes y las distancias desde un punto a otro.

                                Góndolas y Lanchas taxi abundan en la zona de la estación                        

En los alrededores de la estación existe una interesante oferta hotelera aunque no es de las opciones más recomendables, no sólo por los elevados precios de los alojamientos sino porque, al igual que la Piazza San Marco o el Ponte da Rialto, la de la Santa Lucia es una de las zonas con mayor afluencia de público las 24 horas del día. 

La estación de vaporettos permite combinar mediante el bus acuático la estación con cualquier punto de la ciudad. Cuando lleguen a la "Fermata" (Parada) pueden pedir un pequeño plano desplegable donde pueden consultar todas las combinaciones posibles, no sólo dentro del casco de Venezia sino también hacia las playas del Lido o la ciudad de Burano, pegada a Venecia y que guarda un gran parecido además de tener las clásicas casitas de colores que aparecen en las postales.

Las embarcaciones que portan buena cantidad de pasajeros pueden ser una buena alternativa para conocer los canales o algunos sitios que representen algún tipo de dificultad para llegar por los propios medios (tales como algunas iglesias, la Escuela de San Rocco en la que se formaron los grandes pintores del Renacimiento o bien algunos de los CA´ -castillos- venecianos más famosos)

A escasos metros de la estación de trenes se encuentra el Gran Canal de Venezia que es la postal más icónica o la imagen que seguro se nos viene a la cabeza cuando se nombra la ciudad. Repleta de construcciones cuadradas y cúpulas barrocas coloreadas de verde por el paso del tiempo, el lugar es el sitio emblemático más cercano y que, por ello, se recomienda utilizarlo como punto de partida en una visita a la ciudad. La típica postal del Gran Canal, además de barcos, lanchas y las cúpulas o campaniles, regala cientos de palos de madera coloreados con dos cintas que los envuelven y que ya son parte vital en la iconografía de la ciudad, tanto como los sombreros de paja y las remeras rayadas de los gondoleros.

Como podrán ver, si llegan a Venecia durante la mañana o la tarde les recomiendo dejar las valijas en los lockers de la estación y salgan a recorrer aproximadamente un kilómetro hacia un lado y hacia otro de la estación de Santa Lucía. Considero que es la mejor opción para comenzar a descrubrir una ciudad extremadamente bella pero extraña a la vez y, por ello, es mejor darse un tiempo de adaptación e ir incorporando el modo de vida del Véneto en el cual Venecia no es ni más ni menos que el corazón que late fuerte y que propone emociones inolvidables a quien se decide a experimentarla.

Estación Venecia Santa Lucía 

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.