10 Feb
10Feb

Pasar por Potosí y no hacer una visitar al mítico Cerro Rico es un verdadero acto de herejía me comentaban todos aquellos que llenaron mi cabeza durante años con sus historias de viaje a Bolivia. Al llegar a la ciudad averigüé entre las pocas “agencias” de turismo cuales eran las mejores ofertas para conocer el Cerro mas famoso de la historia de latinoamerica, ya que no es un lugar de fácil acceso, tanto que, por cuestiones de seguridad, el estado boliviano en los últimos años capacitó a guías turísticos especializados para que pudieran acompañar a los turistas al cerro, ya que el plato fuerte de la visita era el ingreso a una de las minas y para ello se necesitan ciertos conocimientos que otros guías comunes no tienen.

Así es como luego de andar por varias, en una de ellas me encontré con un grupo de jóvenes en el que había franceses, alemanes, chilenos y una mujer brasileña que regateaban los precios de la excursión. Esperé unos minutos hasta que terminaran de ponerse de acuerdo. La mujer que atendía la agencia me preguntó si yo también necesitaba una excursión al cerro. Le contesté que sí y al quedar en el lugar del décimo pasajero, nos hizo un descuento grupal a todos y quedé, sin pensarlo demasiado, incluído en el grupo con el que un día después visitaría el corazón mismo del Potosí.

Salimos de allí todos con nuestro recibo de pago y tal era la felicidad de mis “recientes compañeros de viaje” que me invitaron a tomar algo en un improvisado bar en la que antaño fuera una antigua casa española de estilo colonial. Pidieron cerveza para todos y en cuestión de segundos a la vez que sorbían los chops que rebalzaban espuma cada uno comenzó a presentarse y a contar de donde venía, a que se dedicaba, cuanto tiempo llevaba viajando y por qué había decidido incluír a la misteriosa y enigmática Bolivia en su rutina de viaje. 

Anne-Marie y Jean Paul eran novios y vivían en las afueras de Lyon. Ambos trabajaban en un supermercado local y un buen día se hartaron de cumplir horarios y de lidiar con jefes con "exceso de capitalismo" y decidieron venirse a Latinoamérica a conocerla de norte a sur.  Al momento de aquel viaje llevaban algo mas de seis meses y estaban en lo que ellos llamaban “le moyen voyage” (el medio viaje). Por su parte Hanna era alemana, nacida en Berlin, criada en Dusseldorf y recientemente graduada de ingeniería genética en la Universidad de Zurich y había decidido mezclarse con la insólita cultura latinoamericana antes de internarse durante años a ver la vida detrás de un microscopio. 

En cambio Marcial, el chileno, era uno de esos típicos viajeros que todos quisiéramos ser; hijo de un empresario trasandino que le financiaba los largos viajes que hacía alrededor del mundo sin pedirle a cambio que en algún momento se buscara un trabajo y sentara cabeza. Y finalmente Tania, la mayor del grupo, era  una bahiana que derrochaba alegría y que nos contó que descendía de una familia de mineros, por lo cual estar allí era algo muy importante para ella.

Así pasamos la tarde en el más amable de los climas. Luego, al caer la noche, cada uno volvió a su hotel para preparar los elementosde la excursión del otro día y para descansar, ya que nos avisaron que la jornada sería agotadora, no sólo por lo mucho que debíamos caminar sino, además, por los varios desniveles que tenía la mina y que lamentablemente, no se podían evitar.

¡El cerro vale un potosí!

Antes de llegar a la base del Cerro Potosí los guías nos llevaron a una especia de tiendas móviles y nos explicaron el famoso cuento del "Tío", que nada tiene que ver con el que se lo conoce en nuestro país. Según cuenta la leyenda, en el corazón mismo del cerro habita el diablo, al cual hay que entregarle una serie de ofrendas (en especial tabaco y aguardiente) para que quienes ingresen a la mina puedan moverse sin ningún problema dentro de ella ya que el perímetro mismo del cerro sería de su dominio.

El guía que nos llevaba pese a ser muy joven había sido minero (trabajo que heredó de familia ya que también lo habían realizado su abuelo y su padre) y con total seriedad nos contó acerca de varios casos en los que desaparecieron dentro de la mina algunos mineros que osaron burlarse del "Tio" o bien no cumplieron con el ritual de las ofrendas.

De esa forma, con velas de colores, adornos, habanos y varias botellas de ron y aguardiente llegamos a la entrada de la mina y allí mismo nos provisionaron de ropa especial para poder ingresar en ella. A partir de ese momento comencé a sacar fotos de todo lo que veía. Y una selección de esas imágenes son las que siguen a continuación:

Si bien la mina cuenta con un plantel de empleados fijos, es muy común que sucedan accidentes o que algunos de ellos con el tiempo empiece a sufrir los deterioros lógicos de la actividad (aquellos que están por más de diez años tienen una reducción importante de la masa pulmonar, generan enfisemas como los de los fumadores y, en algunos casos, debido a la inhalación de cobre y estanio llegan a esputar una sustancia negra y viscosa parecida a la brea). Es por eso que muchos trabajadores llegan allí, desde muy temprano para estar a disposición de un reemplazo en caso de que haga falta. Y este joven es un ejemplo de ello.

El guía -ya vestido con la indumentaria correspondiente- nos hizo una demostración con dinamita real de cómo se llevaba a cabo el proceso de detonaciones en las diferentes laderas del cerro para obtener algunos de los metales que el cerro aguarda (oro, zinc, estaño, cobre, todo menos plata que fue arrasada por los españoles en la epoca de la conquista) Para algunos de los obreros que aguardan en la entrada la visita guiada es un verdadero espectáculo que los ayuda a pasar el tiempo mientras aguardan cubrir algún puesto.  

Los mineros efectivos de la mina habitan en un barrio construído para ellos y sus familias en la base del cerro, pegado a la entrada principal. La zona (aunque parezca una burla) es una de las más pobres de Potosí  ya que los sueldos de los mineros rara vez alcanzan los 20 dólares mensuales y, con ello, deben mantener a no menos de seis o siete personas. Estos niños eran hijos de algunos de ellos y - luego de hablar un rato con los tres y que me contaran que estaban de vacaciones en el colegio- aceptaron ser fotografiados "para que me traiga un recuerdo de ellos" según sus palabras. Al terminar la foto les regalé algunos pesos bolivianos (por igual a los tres para que no hubiera peleas) y corrieron al almacén de inmediato a comprarse golosinas. 

Estas casa funcionan como galpones- pero en realidad- dentro de ellos se encuentran las máquinas seleccionadoras y refinadoras de los metales. Con una de ellas seleccionan los metales extraídos y con la otra los someten a diferentes procesos químicos e incluso físicos para obtener el metal puro tal cual como se lo usa luego para diferentes finalidades, siendo la más común, la de ser materia prima en la fabricación de objetos. 

Esta fotografía inmortalizó el momento en que, de a uno, fuimos ingresando en la mina. Una vez que estuvimos todos dentro lo primero que hicimos fué ir hasta el corazón del cerro y, ante la presencia de una figura humana que representaba al diablo, (verdadera deidad en el imperio incaico y conocido como "El Tío")  le hicimos la ofrenda correspondiente. Luego iniciamos una caminata que duró cerca de tres horas y que tuvo subidas, bajadas, escaleras improvisadas con cañas, grutas, ríos internos, vías de trenes cargueros por las cuales se deslizaban los mineros con los metales extraídos y, hasta incluso, algunos túneles que sólo se podían atravesar haciendo cuerpo a tierra y, de más esta decir, nada recomendable para claustrofóbicos. 

Al terminar la travesía  -después de casi cuatro horas sumergido en el centro de la tierra- no podría explicar con palabras lo que sentí al volver a la superficie y ver la luz aguardando amigable a la salida del túnel. Cuando acomodé los ojos nuevamente a la resolana  me encontré con esta conmovedora imagen, la de un perro callejero que había encontrado en la mina un lugar para vivir y en los mineros a una familia que quizás antes jamás había tenido.
Hoy, a la distancia, debo confesar que esa y la de los niños con los improvisados juguetes fueron las dos imágenes que en sí mismas cuentan lo que es el Cerro Rico de Potosí.

Mientras aguardábamos a que saliera el último de los excursionistas me senté en un montículo de piedras y me puse a repasar la lista de todos los comentarios, anécdotas, leyendas e historias que había escuchado acerca del Cerro Rico.

Se dijo del Cerro:
- Que era tanta la plata que tenía en su interior que los españoles habían mandado a bañar de plata los adoquines de la ciudad transformándola en una de las urbes más ricas y exóticas del mundo.
- Que con la plata que los españoles extrajeron de él se podría haber construído un puente que cruzara el Atlántico y que uniera Potosí con Madrid.
- Que la casa de la moneda de Potosí acuñó monedas de plata que abastecieron a todo el virreinato del Río de la Plata (con lo que eso implicaba ya que formaban parte de él Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay, Chile y Paraguay).
- Que fué tal la parafernalia que se creó con la ciudad que allí surgió la famosa frase de "Esto vale un potosí". En la literatura hispana Miguel de Cervantes Saavedra la utilizó nada más y nada menos que en uno de los diálogos entre el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza.
- Que en el interior del cerro habitaba el diablo y que por eso los mineros desaparecían.

Muchos de ellos son de difícil comprobación e incluso algunos historiadores creen que la mayoría se deben más a mitos urbanos que a realidades certeras. Pero lo que si es cierto es que antes del siglo XVIII el cerro era una usina inagotable de plata y otra decena de metales y hoy, pese a todo el saqueo al que se vió sometido, aún sigue dando al pueblo potosino sus metales que parecen nunca acabar.

La pregunta que me sobrevino fue quizás una obviedad: ¿Cómo es posible que un lugar que hace tantos años fue cabeza de un imperio hoy  sea una de las zonas más pobres del planeta? Después de haber estado medio día entre los mineros era inevitable no preguntarse adonde fueron a parar los adoquines bañados en plata, los litros del metal que hubieran formado el famoso puente entre Potosí y Madrid, y el sueño plateado que puso Cervantes en boca del Quijote.

Cuando ya salieron todos de la mina muchos comentaban aquello que más les había impresionado. Que la altura decían unos, que las condiciones infrahumanas de trabajo decían otros, y así sucesivamente. A mí particularmente lo que más me impresionó no era - como dijeron los franceses- la figura del diablo, en el que tanto los potosinos creían, sino que lo que más me impresionó fué el aire a injusticia que en cada rincon se respiraba.

Los bolivianos durante años, como legado de la conquista, vivieron un verdadero infierno en la tierra, uno que nada tuvo que ver con aquel propuesto por el Dante en La Divina Comedia. El de ellos fué un infierno con cara de miseria, de injusticia, de hambre, de sometimiento, de ignorancia y de una devaluación sistemática de la figura humana. Por vez primera  estaban comprendiendo algunas cosas y comenzaban a darse cuenta, cinco siglos después, de que la historia podía cambiarse y que los únicos que la podían reescribir, sin caer en los errores del pasado, eran ellos mismos.  

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