12 Feb
12Feb

El 29 de enero la situación siguió tensándose aún más que la noche anterior, y en el restaurante donde se servía el desayuno las caras tanto de los huéspedes como de los empleados del hotel eran de total desconcierto. De no haber sido por que no había Internet en ningún punto del país estoy seguro que la frase más buscada en Google hubiera sido ¿Qué va a pasar? Y seguramente, la respuesta a la misma: Nadie lo sabe.

Desayuné rápidamente algo de lo que se podía comer (si bien la oferta de comidas era muy amplia, nada de lo que se exhibía parecía poder adaptarse al clásico desayuno al que estamos acostumbrados por estos lados del globo) y bajé hacia la recepción para comunicarme con Ahmed, para ver si era factible que pudiésemos seguir con las visitas que teníamos pactadas. 

Al llegar al hall de entrada divisé la importante fila de personas que aguardaban a que el conserje y sus empleados los comunicaran con los números que les brindaban (aunque parezca mentira tenían un sistema de consolas desde donde solicitaban línea a una operadora y luego comunicaban con el número de destino), así que me puse en la cola y esperé mi turno.

Luego de dos intentos fallidos, al fin Ahmed me atendió y me dijo que la situación era grave, que no íbamos a poder hacer excursiones ni ese día ni los siguientes y que hablara con los administradores del hotel para que me dieran las instrucciones que debía seguir como huésped. Así es como luego de hablar con uno de los empleados, me explicó que se había decretado el toque de queda en todo el país y que la orden era que nadie saliese del hotel, más que nada para no ser abordados por saqueadores que intentaran entrar con nosotros, o bien que pudieran violentarnos valiéndose de la indefensión que teníamos por el solo hecho de no ser egipcios.

En la puerta de acceso, y sobre los sensores de control, además de la seguridad del hotel pude ver un refuerzo policial que se instaló allí hasta el día que pude abandonar el hotel, 5 días después. Los lobbys de los dos bares estaban repletos de personas que seguían en directo las pantallas de televisión, las que, lejos de mostrar las llamaradas en el centro de El Cairo como en la noche anterior, tenían una cámara fija sobre uno de los puentes del Nilo, donde si bien se veían a centenares de manifestantes, todo parecía estar en calma.

Previendo que nada podía hacer y que ese día estaba ya perdido, decidí salir a la vereda tanto como para ver cuál era el movimiento sobre la Avenida Pyramids Road. Como viviendo otra realidad y esperando a que vengan a buscarlos para iniciar su tur, un matrimonio alemán y unas jóvenes de aspecto nórdico se hacían fotos en las falsas columnas de estilo imperial de la entrada y la avenida mostraba un silencio casi sepulcral. 

Frente al hotel ya estaba instalado un tanque de guerra con dos soldados sobre la tapa y, debajo de ellos, decenas de vecinos los fotografiaban con sus cámaras digitales como si de estrellas de cine se tratara. Caminé un poco más hacia la vereda e intenté mirar hacia los costados, pero no tuve suerte, ya que los accesos estaban cortados y en cada una de las esquinas de la cuadra sobre la cual se encontraba el hotel, se encontraban en las mismas condiciones que el de enfrente, dos tanques más.

 Volví al hall y ví que dentro del hotel comenzaban a desmantelar los negocios que formaban parte del Shopping en el cual se podían conseguir todos los artículos típicos egipcios además de joyas de precios exorbitantes y objetos de cristal que parecían salidos de un cuento de Las Mil y una noches. Incluso la casa de cambio que se encontraba al fondo puso el cartel de “Closed” y con ello un ala del edificio quedó literalmente muerta.

Subí a la habitación y me recosté en la cama con una sensación que jamás había sentido. Por un instante entendí lo que puede llegar a sentir una persona cuando es privada de su libertad. Además, no podía dejar de pensar en una cosa que me comenzó a obsesionar mucho más que las excursiones o los lugares que no podría visitar y era el hecho de sentir que tenía la posibilidad de estar en un país que se encontraba atravesando uno de los procesos más importantes de su historia y yo, con todas las herramientas para poder irme hasta 

El Tahir a vivir ese momento, no podía hacerlo; primero: por que no había transporte que me llevara hasta allí y segundo, por que, de realizar una cobertura, con mi escasez de recursos y de medios (las telecomunicaciones se reestablecieron tres días después) jamás hubiera podido conectarme con los medios argentinos para poder difundir los informes.

 A mediatarde y ya aburrido de reacomodar la ropa en la maleta encendí el televisor. Las imágenes eran cada vez más elocuentes. Al Jazeera mostraba los desmanes que se habían producido en El Cairo esa mañana: bancos destruídos, oficinas aniquiladas, paseos de compras de grandes marcas quedaron como si los hubiese pasado un tsunami por encima. Todo había sido saqueado. Algunos aseguraban que la ciudad tardaría años en recuperarse. Y como contrapartida, la policía reprimió y el saldo pasó de ser menos de 10 a 15 muertos y más de 1000 heridos en el tercer día de protesta.

Cambié a la RAI. El primer informe de la TG1 mostraba en las puertas del Museo Nacional de El Cairo al famoso egiptólogo Zahí Hawass (conocido por ser el responsable de los documentales y las investigaciones de la National Geographic) cómo se encadenaba junto a un grupo de estudiantes para impedir que los saqueadores que, el día anterior se habían robado dos momias, se hicieran con la máscara de Tutankamón, verdadera joya y emblema de la cultura egipcia.

Cerca de las 21 horas bajé a cenar. El hall del hotel parecía un tugurio. Las luces estaban apagadas y todas las amplias cortinas de gobelino que parecían un telón de teatro fueron corridas para no dejar filtrar los movimientos hacia afuera. En la calle no se vislumbraba un alma salvo el tanque que apuntaba directamente hacia la entrada principal desde la vereda de enfrente. En el comedor la gente hablaba susurrando, casi en silencio. Las caras de los empleados denotaban un aumentado en preocupación y uno de ellos, cuando me trajo la comida me comentó que esa noche deberían pasarla allí por seguridad, además de que no tenían transporte para volver a sus casas.

 Regresé a la habitación y encendí nuevamente el televisor. Abrí los ventanales y al salir al balcón ví los cientos de cubículos iguales al mió con la gente afuera. Tuve la sensación de estar en una cárcel de esas que se ven en las películas del medio oriente. Volví a entrar y quedé estupefacto al ver la proyección de la imagen de un edificio que escupía, desde una de las ventanas, una flama roja incandescente y gran cantidad de bomberos trabajando para apagarla. 

El canal que transmitía era la CNN en ingles (que “sorpresivamente” irrumpió en la grilla desplazando a Al Jazeera nacional) y la noticia era catalogada como de Last Moment. Lo que ardía era un hotel. No pude dejar de preguntarme si con gente adentro. Movido quizás por algún extraño esquema de defensa, apagué la luz y me quedé dormido, sin quitarme la ropa siquiera.

Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.