Amanecer de un día agitado
Como me habían anticipado los empleados del hotel, la mañana del 28 de enero amaneció cálida y por demás húmeda. Ansioso por encontrarme con el guía que me mostraría Menfis, Sakkara y el complejo de las tres pirámides de Giza, salí del ascensor y atravesé raudamente el amplio hall de entrada que se encontraba abarrotado de turistas hindúes y chinos que recién hacían su ingreso y todos querían el privilegio de ser atendidos primero. Al llegar al centro de la sala - en la cual había un sensor de seguridad y tres guardias que monitoreaban la entrada y salida de huéspedes - vi que un grupo de hombres, en apariencia egipcios, fumaban y observaban expectantes las imágenes de la Plaza del Tahir, totalmente colmada, que transmitía la cadena oficial de televisión.
Como mi interés allí era otro y hasta ese momento era imposible imaginar aquello que vendría después, no presté atención a ese detalle y me encontré enseguida con el guía y el chofer que me acompañarían en el recorrido. Ahmed, el guía, se presentó de un modo muy afectuoso (con la mano y tres besos según el modo egipcio) y en un español mucho mas perfecto de lo que yo esperaba me aclaró que su nombre era muy común en Egipto, ya que medio país se llamaba Ahmed y la otra mitad Mohamed. Así es como sin tardar mucho tiempo más nos subimos al auto que, por la amplitud y comodidad de los asientos traseros, me dio la sensación de estar más en una limoussine de Miami que en un auto de oriente medio
Reza una plegaria
El auto tomó velocidad e inició el recorrido por las intrincadas y calurosas callejuelas del centro de Gizah y la ventanilla se convirtió, mágicamente, en un televisor que transmitía en vivo y en directo el mejor documental jamás contado. Muchos de los personajes que había visto la noche anterior y que tanto me habían llamado la atención, ahora, a la luz del día se me presentaban no sólo más reales sino como verdaderas muestras de lo maravilloso que es el planeta al albergar culturas, lenguajes y costumbres tan variadas y heterogéneas según se haya nacido en un rincón u otro de su geografía.
De ese modo, comenzó ante mis ojos un desfile de seres que, con su sencillez algunos o con su modo de ser otros, se alzaron como una verdadera pintura de la vida egipcia. Entre algunos de los que dudo que vaya a olvidar alguna vez está el de una mujer que vendía mandarinas -perfectamente acomodadas en forma de pirámide que nada tenía que envidiarle a la de Keops- , el de un hombre anciano y desgarbado que caminaba lento al borde de la ruta con un burro tan flaco y desnutrido como él y el de unos niños,quienes, dadas sus vestimentas y la forma de relacionarse con el juego, me transportaron a aquellos dos pequeños del film Babel, quienes con un disparo accidental cambian la vida de tres personas incluyendo la de ellos mismos.
- El Nilo debe estar crecido: dijo Ahmed, ante el olor nauseabundo que se filtraba a través de los vidrios que estaban cerrados, nunca supe si para que no irrumpiera el calor o por seguridad de los viajeros.El chofer le sonrió y le contestó algo en árabe. La música egipcia seguía sonando de fondo. Al mirar por la ventanilla descubrí que el olor no provenía de una crecida del Nilo, sino del cadáver de un buey que al borde de la ruta estaba siendo devorado por una horda de cuervos hambrientos que clavaban ferozmente sus picos dando un espectáculo realmente desagradable.
- En unos minutos más, cuando den las diez de la mañana empieza el momento de oración, me dijo.
–Es un momento sacro para nosotros los musulmanes, cada una hora rezamos a nuestro dios (en clara referencia a Alá). Y ahí aproveché y le pedí que me despejara algunas dudas acerca del uso de la burka y el pañuelo en las mujeres, si era musulmán o copto (católico converso) si en algún momento tenía pensado ir a la Meca y, misteriosamente, comenzamos un diálogo fluido donde él terminó contándome algunos aspectos de su vida que me sirvieron como corolario para descubrir el modo de vida y las costumbres de una típica familia egipcia.
Cuando dieron las diez el designio se cumplió. Un sonido como que se elevaba de la tierra comenzó a expandirse de un lado hacia otro del horizonte. Los fieles habían comenzado a rezar sus plegarias y todas las voces formaban un solo canto, un canto que vibraba y se dirigía hacia un lugar en común: Alá.