12 Feb
12Feb

Desperté sobresaltado y ví que desde la ventana de la habitación entraba un rayo de luz que auguraba un buen día (al menos en lo que a clima respectaba). Siguiendo el ritual de todas las mañanas bajé a desayunar, y en el camino hacia el comedor, ví decenas de pasajeros con las valijas en clara señal de abandono del lugar. Al llegar allí las caras no eran muy distintas que las del día anterior y noté un poco menos de nerviosismo en los empleados del hotel. Mientras desayunaba traté de entender algunas de las lenguas que sonaban unas sobre otras en el recinto pero se hacía difícil descifrar ningún mensaje, la variedad de idiomas y el bullicio general hacían que la tarea se tornara una verdadera misión imposible.

Habiendo terminado me acerqué al hall de entrada y ví que el tanque que el día anterior se había apostado en la vereda de enfrente, seguía allí inamovible. La masa de gente que lo rodeaba era mucho mayor y noté corridas y redadas entre ellos, las cuales eran disipadas de un modo pacífico por la policía montada que también, por entonces, patrullaba la zona. Salí hasta la puerta y ví que las cadenas que habían cortado el acceso al hotel habían sido quitadas y que algunas personas podían salir, no mucho más allá del perímetro de la entrada.

Cuando me asomé a la Avenida grande fue mi sorpresa al ver que a escasos cincuenta metros de allí otra masa de gente se amontonaba en uno de los bulevares, justo frente a un hotel que estaba en la misma cuadra que el nuestro, sobre la misma mano. De a poco comencé a bordear un largo muro que circundaba la zona y al acercarme, me di cuenta del desastre en el que se había convertido la avenida. La acera se encontraba repleta de vidrios rotos, maderas quemadas, restos de mampostería, ladrillos, plantas destruídas y hasta trozos de tela ajados que se exponían como muestra de saqueo. 

Al levantar la vista en dirección a la que todos los que estaban en el bulevar apuntaban, reconocí el edificio que la noche anterior, a través de las cámaras de CNN, ví arder de manera incandescente. Regresé al hotel y subí a la habitación lo más rápido que pude. Tomé la cámara de fotos y el pasaporte por si a alguno de los policías o soldados que estaban allí me pedían que acreditara identidad. No se veía en la zona ningún medio periodístico (era más que claro, la atención estaba puesta en la Plaza de El Tahir y en las inmediaciones del centro de El Cairo) y mucho menos presencia turística. 

Muchos de los lugareños ayudaban a levantar los escombros y parte de los restos de diversos materiales que se apiñaban en la alcantarilla, luego de haber sido barridos por la fuerza de las mangueras de los bomberos.

Las imágenes que pude captar fueron estas:

La reacción de los lugareños no fue buena, y entre gritos y amenazas me obligaron a abandonar el lugar. Un policía me hizo señas para que me alejara y bajé la cámara en signo de rendición. Le hice un gesto como de agradecimiento y levanté la mano dándole a entender un “Está bien, no hay problema, me retiro” y comencé a caminar  tranquilamente los cincuenta metros que me separaban de la entrada al hotel. Había corrido un riesgo, pero el material que capté bien valió la pena. Volví a la habitación y descargué las fotos en la notebook. Pensé que bueno sería tener Internet para poder difundir las imágenes, que, por alguna razón, los medios oficiales y los internacionales habían decidido no cubrir. 

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