21 Dec
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En su obra La Ignorancia, Milan Kundera cuenta la historia de un exiliado checo que regresa a Praga algún tiempo después de la caída del Muro de Berlín. Durante los duros años del comunismo, este personaje, vivió en París y allí aparentemente rehízo su vida. Al volver, se encuentra con una ciudad que poco tiene que ver con la que él conoció. De su familia casi no quedan sobrevivientes y sus amigos, en su gran mayoría, están exiliados o muertos.Pero algo sí parece haber quedado intacto de aquella infancia que pasó a orillas del Moldava: al volver a caminar por la Karlova recobra el orgullo de ser checo luego de ver un cartel exhibido en una casa de recuerdos que dice: “Kafka nació en Praga”.

Como bien lo referencia Kundera, desde su muerte y posteriormente a la publicación de su obra (entregada a las editoriales casi de un modo traicionero por Max Brod, su íntimo amigo) además de alzarse como el escritor más prolífico de la cultura checa, Kafka se ha transformado en un verdadero ícono que se impone en los más recónditos sitios de la ciudad, los cuales atestiguan no sólo que la habitó durante mas de dos décadas, sino que, además, forma parte del ser nacional eslovaco a partir de mediados del siglo XX.

EL MUSEO DEL SEÑOR K: UNA EXPERIENCIA PARA APRECIAR CON LOS CINCO SENTIDOS 

Quienes decidan recorrer los caminos del misterioso y fascinantes Señor K deberán saber que necesitarán tener en cuenta dos recomendaciones: la primera: investigar todo lo que puedan acerca del personaje antes de emprender el viaje (por que sino, muchos de los sitios que visiten se verán desdibujados ante la falta de datos biográficos o literarios, que, en la mayoría de los casos, son la esencia de esos lugares) y en segundo lugar, que tendrán estar dispuestos a caminar la ciudad de punta a punta, ya que los puntos no se encuentran cerca unos de otros, razón por la cual será necesario dedicarle un día completo a la recorrida kafkiana.

El lugar donde más abunda el material y la información acerca de Franz Kafka no es otro que el Museo mismo erigido en su honor y que se encuentra en una de las esquinas más bellas de Mala Strana, a un costado del Puente Karlo. Al llegar, las instalaciones por fuera parecen no prometer demasiado (sólo la pequeña fachada de una minúscula casa excesivamente sencilla) pero hay que esperar a que tickeen el billete y, atravesar el hall de entrada, para vivir una de las experiencias más fascinantes e innovadoras que hayan visto en otras ciudades del mundo.

Con el último hilo de luz que se cuela por la entrada principal, al ingresar en la casa, la oscuridad se impone. El ruido de un proyector comienza a sonar indicando el inicio de una película y, sobre una tela blanca que oficia de pantalla, aparecen imágenes de Praga en blanco y negro, totalmente distorsionadas, como si hubieran sido filmadas con un lente partido en mil pedazos. La imagen desestabiliza y en pocos segundos se torna insoportable, pero todo cobra otra dimensión cuando un pequeño subtítulo con tipografía de cine mudo, aclara que lo que se está viendo no es otra cosa que la representación de la ciudad según los ojos del mismísimo Franz Kafka, sobre los cuales pesaban una serie de desórdenes mentales, miedos y terrores que lo aquejaron hasta su muerte.

A la experiencia visual de las imágenes movientes de la Ciudad Vieja, como vista bajo el agua, se acopla el agudo ruido de una gota, clara, persistente y por momentos insoportable. En pocos segundos, otro sonido acuoso se suma al de la gota penetrante y junto al gorjeo escalofriante de un cuervo, se transforman en la banda de sonido de los interiores del museo. 

En una sala contigua, el espectador queda parado frente a un hiperrealista archivo de metal, similar a los que él usaba en la oficina para la cual prestó servicio durante años (recordemos que por necesidad fue un empleado público y que gracias a la angustia que le producían las horas que pasó allí, pudo idear muchas de las obras por las cuales algunos años después, se hizo famoso). Los cajones que lo conforman pueden abrirse libremente, y dentro de cada uno de ellos es posible encontrar algunos manuscritos originales, escritos de puño y letra por el mismísimo Kafka, muchos de los cuales aún hoy no han sido editados.

Luego de atravesar un pequeño e improvisado puente movedizo (bajo el cual unas aguas sonoras que emulan una pequeña cascada caen en pendiente hacia un arroyo artificial) aparece una de las salas más conmovedoras del museo. En medio del recinto, imágenes holográficas de rostros femeninos reposan encriptadas en cajas de madera antigua. Los rostros de estas mujeres, vívidamente representados gracias a las nuevas tecnologías, se exhiben como una clara metáfora de lo etérea e incorruptible que es el alma humana.

La sala donde se suceden los rostros de Felice Bauer, Grete Bloch, Julie Wohryzek y Milena Jesenská entre otras, finaliza en una escalera de carácter expresionista – al mejor estilo de las que se muestran en El Gabinete del Dr. Caligari- que conduce hacia otro espacio donde conviven fragmentos de manuscritos, algunos de los dibujos de figuras humanas largas y desgarbadas que tanto le gustaba llevar a cabo, así como una decena de diferentes ediciones de sus piezas más famosas como La Metafmorfosis, En la colonia penitenciaria o El Castillo.

Cuando se llega al final del recorrido sobreviene una especie de melancolía que invita a quedarse unos minutos más en ese lugar cargado de magia, misterio y cierto halo de ocultismo - algo muy típicamente checo- Al salir, en la entrada principal encontrarán un negocio de souvenirs donde se pueden comprar desde sus libros – editados en varios idiomas- remeras, llaveros, posters, señaladotes, agendas, cajas de fósforo y cuantas chucherías se puedan imaginar con su imagen marcada a fuego. Les recomiendo que se den una vuelta ya que se consiguen objetos interesantes y a un precio razonable, incluso más que en otros sitios turísticos.

EL CALLEJÓN DEL ORO: LA PEQUEÑA CASA DEL NÚMERO 22 

Si luego de la visita al museo se quedaron con ganas de descubrir un poco más acerca del Señor K, lo mejor es que se trasladen hacia la Nerudova y, en dirección hacia el Castillo de Praga, ya dentro del recinto  visiten el Callejón del Oro. Dicho barrio tuvo sus orígenes a fines del siglo XIX y se alzó como uno de las comunidades más típicas donde habitaron los judíos de entonces. Las casas que allí podrán ver son bajas y muy parecidas en cuanto a estilo a muchas de las que se puede ver en las construcciones inglesas de la época victoriana (como esas que fueron descriptas hasta el hartazgo en los relatos de Jack el Destripador)

Lo más aconsejable para conocer este Callejón es recorrerlo en su totalidad (que no supera los cien metros ni tampoco las diez casas) y luego, una vez visto en su totalidad, entrar y detenerse algunos minutos en la casa celeste con el número 22 sobre la fachada principal, que hoy está transformada en tienda de recuerdos especializada en Kafka. Cuando ingresen les parecerá que la casa es demasiado pequeña (no es más que un pequeño hall de entrada y una habitación de 2x2 metros) y seguro expresarán que es imposible que el escritor haya podido vivir allí, lo que sucede es que si es cierto que la habitó ya que el vivió allí solo y el único elemento que tenía cuando pasó sus días allí era una mesa y un pequeño baúl que le servía de escritorio a la hora de redactar sus manuscritos.

El Callejón finaliza en una Torre espeluznante que durante años se usó como sitio de tortura y, aún hoy, conserva algunos de los elementos que se utilizaban para infringir tormentos a quienes traicionaban a la corona o llevaban una vida licenciosa. Desde allí, se puede bajar hacia un parque y, luego de atravesarlo, pueden llegar a la estación de metro de Malostranska, o bien caminar hasta llegar a la Torre de Mala Strana, regresando al Puente Karlo.

KAFKA EN EL BARRIO JUDIO  

En el Antiguo Barrio Judío (donde reposa el cementerio más importante de la ciudad y un complejo de sinagogas) también se pueden encontrar algunos vestigios del paso del escritor así como homenajes a los que es sometido por ser un iconoclasta de la cultura de su país.La primera muestra que se puede ver es el elegantísimo Café Franz Kafka, donde dicen que iba asiduamente y donde habría escrito – inspirado en el ambiente semita que se respiraba allí- algunos capítulos de La Metamorfosis. El café, fiel al estilo de las construcciones de la zona, obedece a las ornamentaciones y elementos decorativos tan en boga en los años de la Belle Epoque, influenciadas por el modernismo incipiente de la época.

Si bien el Café sólo lleva su nombre (y no demuestra más vestigio que la mesa donde él pasaba sus tardes junto a otros visitantes) bien vale la pena hacerse un alto y entrar aunque sea a reponer un poco de fuerzas y temperatura, sobre todo si se está en los meses de invierno, donde el frío y las lloviznas de Praga pueden ser tan ensoñadoras como insoportables. 

A pocos metros de allí, desde hace menos de una década, el reconocido artista plástico David Cerny realizó una escultura en homenaje al autor, valiéndose como fuente de inspiración en elementos hiperreales, surrealistas e incluso vanguardistas. La estatua de unos dos metros de altura y con un brillo pocas veces visto en piezas del mismo estilo, es uno de los puntos obligados por los viajeros ávidos por cazar instantáneas exóticasde la ciudad, a la vez de que es una buena forma de apreciar las formas de trabajo y las tendencias que evidencia el arte checo actual.

Si aún luego de visitar todos estos sitios se quedan con ganas de más, les recomiendo que se acerquen hasta la zona de la Ciudad Vieja, y a la vuelta de la Catedral de San Nicolás, no dejen de visitar la Fundación Franz Kafka, que es el lugar donde se llevan a cabo no sólo las investigaciones acerca del autor sino que, además, se realizan muestras fotográficas, conciertos, proyecciones cinematográficas e, incluso, piezas teatrales relacionadas con la vida y obra del Señor K.

El personaje de Kundera dice que Kafka nació en Praga. Será por eso que luego de hacer la visita por los caminos del prolífico escritor se llegue a la reflexión de que su figura y la de la ciudad forman un binomio simbiótico, que no podría pensarse bajo ningún punto como dos conceptos diferentes, y que se sustentan uno sobre el otro de un modo verdaderamente magnífico.

Más información: 

Museo Kafka

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