18 Feb
18Feb

Hace algunos años atrás fuí uno de los tantos adolescentes que quedó fascinado con el Grim Fandango, aquel primer juego del estudio Lucas Arts que proponía una revolución en los programas de su estilo. Por entonces yo no era adepto a esa clase de juegos (a decir verdad sólo me emocionaba el Pac-Man jugado en las viejas y estrambóticas máquinas en las salas de videojuegos) pero ese tuvo algo que me hizo detenerme en él y prestarle especial atención.

La complejidad del juego y mi poca paciencia conspiraron para que lo abandonara de inmediato, aunque, misteriosamente, más siguió llamándome la atención sin poder explicar porqué. Y con el paso de los días la respuesta apareció y quedaron al descubierto unos cuantos elementos de sobra para que me interesara.

En primer lugar, los personajes salidos del tenebroso inframundo planteado por el pintor mexicano Guadalupe Posadas (lo cual los hacía sumamente atractivos) y el planteo de la muerte como viaje a la eternidad (pues de eso y no de otra cosa trata el juego) lo volvieron para mí casi irresistible. Por otro lado, el hecho de que parecía un muestrario de la cultura mexicana, cargado de costumbres, bailes y la música tradicional también lo hacían interesante pero, con las horas frente a la pantalla, comencé a darme cuenta de que era el edificio art decó en el que transcurría la historia el punto que más me sorprendía.

 Así es como pasaron los años y siempre me pregunté si en algún lugar del mundo existiría un edificio con las características de aquel. Seguro que en Estados Unidos pensé, puesto que el juego era americano y más bien se lo podía imaginar escondido en alguna calle de Nueva York que del Distrito mexicano, pero a decir verdad, jamás imaginé que lo encontraría en nuestro país, en una de las peatonales del centro de Rosario. 

Lo cierto es que la versión argentina del Fandango de Lucas no se llama Fandango sino Palacio Minetti y es una de las tantas joyas arquitectónicas que engrosan el rico patrimonio cultural de la ciudad. De estilo Art Decó y construído entre las décadas del 20 y del 30, supo ser la sede de importantes oficinas comerciales, las cuales muchas de ellas, aún continúan allí.  

El granito rojo de la fachada principal y la combinación de colores y geometrías del vestíbulo indican la presencia estilística de uno de los movimientos geométricos más interesantes de la historia del arte. Las lámparas y los ventanales guardan la estética de la década del veinte y la puerta giratoria es original de esos años.  

En su interior se puede apreciar la verdadera obra de arte que es. Con un delicado trabajo de herrería y de vitrofusión, las puertas de ascensores, ventanales y hasta incluso la entrada de varias de las oficinas que lo pueblan son una muestra del buen gusto y la exigencia de los arquitectos respecto de la aplicación a rajatabla del estilo propuesto por el movimiento artístico que representa.

Los vitrales ubicados en los descansos de cada uno de los pisos bien merecen un párrafo especial. De líneas geométricas (algo raro para los vitrales, que en su mayoría ilustran pasajes de la biblia o de iconografía religiosa) y con colores primarios, le otorgan simpleza y luminosidad a los amplios pasillos. Muchos de ellos evocan a los cuadros de Mondrián y en ninguno de los casos se repiten, brindando con la diversidad de líneas y colores una identidad única a cada uno de ellos. 

El acceso al palacio es gratuito y pueden visitarlo dentro del horario comercial (de 9 a 18 horas). En su interior pueden encontrar oficinas de los más variados rubros, incluyendo algunas de las agencias de viajes más importantes de la ciudad. Mi consejo es que al menos los tres primeros pisos recórranlos a pie y de ahí en más, si quieren, háganlo por ascensor. Verán un edificio sorprendente, encantador y lleno de historia.

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